La comedia del arte o el arte de la comedia

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La comedia del arte  o el arte de la comedia

Comedia del arte: espectáculo improvisado de calle. El arte entendido como un oficio y la comedia como aquello que los actores improvisan en escena en el mismo momento en que lo representan. Cada pieza es diferente, los autores de la obra son los mismos que la ejecutan y los personajes son más o menos siempre los mismos.

La política cada día se asemeja más a la comedia del arte y el espectáculo va perdiendo la credibilidad necesaria para que la sociedad se identifique o se la tome seriamente, y esto abona el terreno a la antipolítica y a los populismos. No aprendemos: la suma de crisis económicas, descrédito político y polarización ya dio en el siglo pasado unos resultados siniestros contra los cuales, estúpidamente, no parece que nos hayamos inmunizado.

La semana ha sido especialmente sangrienta para los defensores del arte de la política, que no de la comedia, entendida la acción pública como un compromiso para la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos.

En Italia, Colombina, Arlequín, Pedrolino y Pantaleón han hecho una gélida autopsia en el gobierno de coalición que lideraba Mario Draghi. El país se hunde en la incertidumbre con la convocatoria de elecciones para el 25 de septiembre en un escenario atomizado y sin liderazgos templados en un momento delicado. Las diferencias entre los socios de gobierno sobre las reformas económicas y la posición de Draghi a favor de la venta de armamento a Ucrania han asesinado un gobierno de unidad pero que actuaba de dique de contención de los neofascistas Hermanos de Italia, que lidera la ultra Giorgia Meloni.

El ejecutivo Draghi daba más tranquilidad a los socios europeos que en Italia misma, pero las presiones de la Unión Europea y de Estados Unidos para salvar el liderazgo del expresidente del Banco Central Europeo no han sido suficientes. Draghi se negó a adoptar un discurso acomodaticio que disimulara las políticas a medio y largo plazo que tienen costes sociales e incomodan la política de la pelota.

Los tiempos del espectáculo exigen cuotas de gesticulación y deshonestidad mucho más altas de las que Draghi ha estado dispuesto a admitir.

La desestabilización de Draghi ha coincidido con la despedida agitada de Boris Johnson por razones diferentes, pero tampoco es una buena señal para el mantenimiento de la estrategia europea conjunta contra la invasión rusa. Han caído los dos gobiernos, pero, por una vez, lo hace con más espectáculo el de Londres que el de Roma.

Las salidas de Draghi y de Johnson afectan al poder de las instituciones y el ejercicio de la autoridad en dos países críticos para el futuro de Ucrania y a la vez de los aliados.

Cuando la política es solo la capacidad de ser obedecido por los subordinados (potestas) y no se gana la auctoritas es fácil que se hunda el castillo de naipes que supone el siempre difícil contrato social. Un acuerdo que hoy, con el ascensor social estropeado, agoniza en muchos países democráticos.

El prestigio, la reputación, se consiguen cuando se gana la admiración o al menos el respeto y la confianza.

Cuando es el líder quien rompe las reglas del juego, como en EE.UU., se fractura la sociedad y las consecuencias son profundas e imprevisibles.

La investigación sobre la responsabilidad de Donald Trump en el asalto al Capitolio es una muestra de las consecuencias del acceso del populismo a las palancas del poder.

En Catalunya no estamos exentos de los peligros de los liderazgos oportunistas. No hay vacuna más allá del rendimiento de cuentas, la transparencia y una prensa que haga el trabajo de explicar aquello que alguien no quiere que se explique. También y sobre todo en los medios públicos, que no son una herramienta a disposición de intereses particulares de corto plazo, y donde veremos si se aprovecha la oportunidad de la elección de sus responsables con un concurso transparente y meritocrático.

La política catalana llega tarde en términos de rendimiento de cuentas, y la distancia entre lo que nuestros representantes dicen en público y en privado es enorme. Por ejemplo, más de un conseller del Govern está en contra de una eventual salida de JxCat del Govern y espera un gesto de la presidenta del Parlament, Laura Borràs, para evitar la degradación de la institución antes de que se abra juicio oral. Pero la mayoría callan en público y se incomodan en privado. Saben que una parte de la justicia actúa como el brazo político de la derecha española, pero también que favorecer a un amigo desde la administración sería una línea roja de buen gobierno más allá de la ideología de cada cual.

La calidad democrática se construye a partir de grandes decisiones y pequeños gestos. La cuestión es si se libra la batalla o se bajan los brazos. Si se pretende quedar bien en las redes o hacer el necesario con estándares de exigencia altos.

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