¿Podemos confiar en el capitalismo?

El bitcoin, la más conocida de las criptomonedas, vuelve a estar en máximos. Superó los 73.000 dólares a mediados de marzo, aunque desde entonces ha retrocedido un poco. Es irónico que esta nueva alza de las criptomonedas coincida con la sentencia a veinticinco años de cárcel de Sam Bankman-Fried, el que fue líder de una de las principales empresas del sector. Asistimos, pues, a una nueva espiral especulativa, quizás provocada por las propias autoridades americanas, dado que han aprobado la comercialización de fondos de inversión basados en este tipo de productos.

Los fundadores de las criptomonedas querían crear un sistema de pagos que no se basara en la confianza. Es decir, un mecanismo electrónico que permitiera llevar a cabo transacciones de forma descentralizada y anónima, prescindiendo de la confianza entre las partes e, incluso, de la confianza en los organismos públicos o privados que habitualmente garantizan el funcionamiento de mercados organizados como las bolsas.

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El principal problema de las criptomonedas no es que la tecnología pueda fallar o ser manipulada por sus creadores, aunque esto ha ocurrido en algunas ocasiones. Tampoco es la dificultad más grave el enorme consumo de energía que conlleva el comercio con bitcoins. Ni lo es el hecho de que es un producto de escasa utilidad, excepto para realizar transacciones de dudosa legalidad. Lo peor no es que el bitcoin sea un activo que no ofrece rentabilidad alguna, más allá de la expectativa de posibles plusvalías. La característica más peligrosa de las criptomonedas es que, al prescindir de la relación entre las partes, al tratar a las personas como meros dígitos, desprecian el valor de la confianza, de las relaciones económicas basadas en la veracidad y el respeto de los compromisos alcanzados. Si la seguridad y buen término de las operaciones se basan en la encriptación, las partes pueden fácilmente pensar que no tienen ninguna obligación con sus socios comerciales.

Este es el error fundamental de los creadores de las criptomonedas. No es muy distinto, sin embargo, del que cometen aquellos que piensan que el precio lo es todo en una economía capitalista. Quienes creen, por ejemplo, que la única obligación de un empresario respecto a los trabajadores es pagarles el salario de mercado de cada momento. O quienes piensan que por haber adquirido un producto y haber pagado su precio, pueden disponer de él sin ningún tipo de restricción. No es así. En las relaciones comerciales, el precio no lo es todo. De hecho, si los actores económicos lo creen así, la relación no es fructífera, puesto que está dominada por la búsqueda del interés propio y, fácilmente, por el egoísmo y la codicia.

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Las transacciones económicas son inciertas, difícilmente codificables en contratos cerrados. Requieren un clima de colaboración entre las partes. Un entorno de confianza para atender las eventualidades que siempre pueden surgir y que, si no son resueltas amistosamente, conllevan una elevada y costosa litigiosidad.

Pero la confianza no surge con facilidad. Confiar en los demás supone asumir un riesgo, puesto que pueden fallarnos. Y ser receptor de la confianza de los demás también es costoso, puesto que supone asumir un compromiso, aunque solo sea moral. Aunque la confianza no tiene precio, sí tiene un coste, por lo que únicamente surge en aquellas sociedades en las que las personas tienen en cuenta, además de sus propios intereses, los de los demás y el bien común. Es parte de la naturaleza humana preocuparse por los demás, y las economías de mercado funcionan bien cuando esa benevolencia, ese altruismo, hace de contrapeso a otras inclinaciones menos positivas de las personas.

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Cuando confiamos en los demás o cuando honramos la confianza recibida, viralizamos la confianza en positivo creando círculos de cooperación que acaban impregnando la forma de hacer de una sociedad y sus valores. Las criptomonedas actúan justamente en sentido contrario, en la medida en que se basan en el anonimato y la desconfianza.

Las relaciones comerciales, en definitiva, se despliegan en un contexto social que, además de la normativa legal, comprende los valores y normas no escritas que predominan en la sociedad. La economía capitalista tiene una gran capacidad de generar bienestar, pero no funciona correctamente si no predomina en la sociedad la confianza en los demás. El papel clave de la confianza social en la economía de libre mercado es el tema de mi nuevo libro, Confiar no tiene precio. Afortunadamente, no se podrá comprar con bitcoins.