Un pesebre de la feria de Santa Lucía.
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Me gusta, estos días de Navidad, empezar por hacer el pesebre. Ahora, cada año, lo hacemos más pequeño. Antes lo hacíamos en una mesa grande y poníamos muchas cosas, pero ahora ya nos cuesta mover esa mesa y nos limitamos a utilizar una mesa pequeña. Debemos reducir figuras, pero lo esencial está todo. El cubierto con el buey y la mula, San José y Nuestra Señora y el Niño en su cama, y ​​el ángel también, claro, que vuela, colgado del tejado del cobertizo. También hacemos unas montañas con un trozo de corteza de corcho, una balsa donde nadan patitos, un camino que se ensancha frente al portal. El camino lo hacemos de sal gruesa, que parece nieve, y lo rodeamos con el musgo, que no puede faltar. Con ramitas de abeto hacemos los árboles. Encima del corcho, una casita rodeada de aves de corral. Un pavo, gallinas y un gallo, y otras bestias, pájaros, palomas… Y corderos y gansos. Por el camino, este año, sólo tres pastores y, adorando al Niño, unas figuras de los Reyes, Melchor, Gaspar y Baltasar. Y los presentes: una rueda de arenques, una cesta de huevos, una jarra de aceite, y en una canastilla hay sobrasadas, pan, verduras… Este año, sobre el tejado del cobertizo, hemos puesto una lechuza que vigila . Y entre los Reyes, un perrito. Ha quedado bien, mal me está decirlo. Sencillo y fino, que diría Carner.

En Nochebuena miramos la Misa del Gallo de la catedral de Mallorca. Por el Canto de la Sibila, sobre todo, y por la magnificencia del escenario y de todo. La Seo de Mallorca, que es uno de los edificios más bonitos del mundo, luce una decoración especial. En las columnas, aparte de las populares ligas que diseñó Gaudí, todo un estallido de luces y barquillos. Los barquillos son unas redondas de pan de ángel, caladas, con dibujos vegetales y de estrellas que, en La Seu, las encaraman y hacen guirnaldas que llenan el presbiterio y que rodean al famoso baldaquino de Gaudí, que, de hecho, es la maqueta de lo que tenía que ir. Gaudí hizo una maqueta de tamaño real, con latas, pergaminos y lámparas. Todo ello, con las guirnaldas de barquillos y las luces encendidas, y, todo debe decirse, los focos de la televisión, luce espectacularmente. Estos focos hacen brillar la decoración de Jujol sobre los muros del ábside. Todo el presbiterio de la Seu es una maravilla que rodea el trono, la sede del obispo Taltavull, que preside la celebración. Este año ha hecho una homilía espléndida. Sin olvidar las guerras, el hambre y los refugiados. Antes del Canto de la Sibila, que anuncia todas las desgracias que nos esperan el día del Juicio y que siempre se anticipan, un niño, un monaguillo de los rojos, como se llama la escolanía de la Seu, encaramado al trona grande, dice el sermón de Calendes, un breve texto que el niño recita con gran y estudiada gestualidad. Y mucha música de órgano, claro. Si algún año no van a Misa del Gallo, les recomiendo que pongan IB3 y vean la de Mallorca.

La otra cara de la moneda es la Misa del Gallo de Montserrat. Estricta y que cada año me hace más tristeza. Cada año hay menos monjes y ese esplendor de los tiempos del abad Escarré, cuando todo el corazón estaba lleno, se ha reducido a lo esencial. Por suerte, todavía están los monaguillos que, aparte de cantar, sacan sus instrumentos y tocan Santa Noche, lo mejor posible. También conecto cada año.

Otra obligación de estas fiestas es mirarme el concierto de la Filarmónica de Viena. Suele ser un poco cursi, con el cuerpo de baile de la ópera saltando por Schönbrunn. Pero este año, bicentenario del nacimiento de Bruckner, aparte de tocar alguna de las composiciones ligeras, si es que esto es posible, del gran músico austríaco, la televisión nos ha obsequiado con un magnífico documental sobre el compositor, sobre los lugares a los que va nacer, dónde estudió, dónde fue organista y dónde está enterrado. Son sitios donde he estado y que me gustó reconocer. Sobre todo, regresar a Sant Florià, el gran monasterio, donde el músico fue monaguillo. Pude volver a pasar por las salas inmensas, volví a ver la biblioteca y la pinacoteca y la iglesia. Y la cripta donde reposan sus restos, debajo mismo del órgano, como pidió, para poder oírla cuando suene. Estoy seguro de que la siento. También volví a ver a Linz, la preciosa ciudad junto al Danubio, donde Bruckner fue organista de la catedral. No la neogótica de ahora, que todavía no estaba terminada, sino la barroca de antes, iglesia de los jesuitas. Todo esto me alegró la mañana de Fin de Año.

Mientras tanto, Gaza era bombardeada sin piedad. Ucrania también. Los hombres nos matamos unos a otros. Parece ser nuestro destino.

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