Cosmeticorexia: cuidados que no curan
A menudo llevamos dentro a un pequeño Peter Pan que nos devuelve a la infancia en momentos dolorosos, cuando queremos cerrar los ojos, olvidar el presente y revivir la época mítica de la inocencia infantil. El no querer crecer es un síndrome que puede convertirse en patológico si se mantiene de forma estable a lo largo del tiempo. Mucho menos conocido es el síndrome de Wendy, la chica de 12 años que acompañaba a Peter Pan en el país de Nunca Más. Este rasgo de la personalidad consiste, al contrario que el de su amigo, en crecer demasiado rápido, asumir roles de mujer sin tener tiempo de disfrutar de los juegos, las risas, los aprendizajes que la infancia procura. De entrada, no creo que haya ninguna madre o padre que quiera someter a sus hijas a esta grave renuncia, que resulta irrecuperable. ¿Queremos que nuestras hijas sean mayores antes de tiempo? Seguro que no y, sin embargo, es lo que estamos permitiendo e incluso promoviendo colectivamente.
Parte de la culpa la tienen las palabras con las que llamamos los hechos. Decir skincare o “cuidado de la piel” no evoca lo mismo que “venta cosmética por intereses económicos”. Hablar de "productos para un cuerpo sano y saludable" no suscita lo mismo que decir cosméticorexia o "adicción a la compra de cosméticos antiedad". Estoy hablando de la nueva ola de marketing, promocionada sobre todo por las influencers en las redes sociales, que introduce productos para mujeres cada vez más jóvenes. Y lo está consiguiendo: hay datos que se encuentran chicas desde los 10 años haciendo cola en las consultas dermatológicas por problemas detectados a consecuencia de utilizar cremas y otros activos antiedad que no les corresponde.
El hospital pediátrico San Juan de Dios de Barcelona es uno de los primeros en alertar sobre esta grave situación. La preadolescencia y adolescencia son épocas especialmente frágiles en lo que se refiere a la autoestima, la validación externa y la necesidad de ser “como las demás”. El grupo de amigas se convierte en lo más importante en la vida y ninguna chica quiere ser diferente para poder ser aceptada. Si el ideal de perfección requiere someterse a rutinas físicas, alimentarias y estéticas, la joven lo hará con la misma firme voluntad que un soldado en el frente de guerra, ignorando su fatal destino. Con lo que el problema ya no afectará "sólo" a la piel o al cuerpo, sino que iniciará un deterioro de la salud mental. Ansiedad, conductas alimentarias patológicas, obsesión por la belleza, depresión. Los riesgos de trastornos físicos y psicológicos se retroalimentan y dibujan una perspectiva estremecedora.
Los países nórdicos están empezando a ponerle límites. En Suecia, una de las grandes cadenas de farmacia, Apotek Hjärtat, con más de 400 establecimientos en el país, ha decidido prohibir la venta de cremas, cosméticos y otros productos de supuesto cuidado de la piel a menores de 15 años.
Es necesario también un enfoque psicológico y social para que seamos capaces de deconstruir este mandato de belleza y perfección física tan introyectado en la vida de las mujeres desde que nacemos. El profesor Bernat Castany y yo misma hemos analizado en Obedecedario patriarcal: estrategias para la desobediencia los mandatos inconscientes que mujeres y hombres recibimos desde que lleguemos al mundo. Son órdenes tan incorporadas en nuestras vidas que a menudo pensamos que forman parte de nuestra personalidad. Pero han sido moldeadas y orientadas socialmente, y constituyen una fuente de manipulación colectiva. La tiranía de la belleza es uno de los aspectos más sustantivos de la expectativa de lo que debe ser una mujer: está en la base de toda socialización femenina. No lo es, en cambio, el amor por el saber, el desarrollo intelectual o el espiritual. Aunque los cánones de belleza han ido cambiando con los siglos, su poder no ha mermado y, en estos momentos, estallan con toda su fuerza a través de la influencia masiva de las redes sociales. Podemos cambiarlo, pero siendo muy conscientes de las estrategias que nos van a permitir desmontar este edificio de sumisión construido siglo tras siglo.
Finalmente, creo que es necesario un cambio de vocabulario. El lingüista George Lakoff explica que los nombres de los conceptos evocan marcos cognitivos que hacen que seamos más o menos sensibles. La palabra cuidado evoca bienestar, calor, salud… Si queremos chicas libres, denunciamos los cuidados que no curan y sustituimos los términos positivos por otros que muestren el daño que pueden sufrir. Reservamos el cuidado para la verdadera felicidad, el de ser niños en crecimiento, en tránsito desde el reino de los sueños, y disfrutamos del placer físico e intelectual de que la vida nos depare.