La crisis habitacional en las Baleares, un aviso de lo que puede venir en el futuro
A mediados de los años 50, una revista francesa creó el término balearización, que ha quedado desde entonces en el ámbito académico como símbolo, entre otras cosas, del uso especulativo e insostenible del litoral de una zona para usos turísticos. Pronto, sin embargo, hará fortuna otro término: ibización, un fenómeno consistente en expulsar a la población residente para hacer sitio para los turistas y precarizar hasta el infinito las condiciones de vida de los trabajadores temporeros del sector.
Esto quiere decir que cada vez más gente se niega a ir a trabajar a la isla porque el precio del alquiler es tan alto que no les sale a cuenta. Esto afecta a trabajadores del sector servicios, que muchas veces tienen que vivir de manera precaria compartiendo piso o directamente en infraviviendas, pero también, y esto es más grave, tiene consecuencias para trabajadores de servicios esenciales, como por ejemplo maestros, médicos, enfermeras y policías. El hospital de referencia en Ibiza, Can Misas, ha creado una residencia para poder asegurar la vivienda a sanitarios externos como única solución para poder tener a algunos de los especialistas que necesita.
Este fenómeno, sin embargo, ya se está extendiendo a las otras islas y no sería osado pensar que de aquí a unos años puede ser común a otras muchas zonas turísticas, Barcelona incluida. La razón es que el problema de fondo es el mismo y en Balears, como ha pasado también en su desarrollo turístico, se va unos pasos por delante.
Baleares es ahora mismo la comunidad española donde la vivienda se ha encarecido más, hasta un 70% en los últimos ocho años, y también la que proporcionalmente a su población recibe más capital de los fondos de inversión para la compra de casas vacacionales, y ahora también cada vez más de hoteles. El año pasado, el 40% de las compras de viviendas las hicieron extranjeros, la mayoría de los cuales de países donde los sueldos y la capacidad de gasto son más altos, como Alemania y Francia. Esto hace que la clase media de estos países tenga ventajas respecto a los locales para poder acceder a los inmuebles a la venta, lo cual favorece además la subida de precios al incrementar la demanda. Si a todo esto se suma un déficit crónico de vivienda pública y la tentación de la especulación por parte de los locales que alquilan a precios desorbitados a turistas sus segundas residencias, el resultado es una tormenta perfecta.
Muchos jóvenes baleares ya han asumido que nunca podrán comprarse nada en su tierra y, como le pasa al mismo alcalde de Deià –uno de los pueblos más caros de Mallorca–, se ven obligados a compartir casa porque no pueden asumir el alquiler en solitario. No es fácil regularlo, pero no hay duda de que habrá que hacerlo. Igual que el Govern Balear ha sido pionero con la limitación de los cruceros, que aun así es exigua y no evita las aglomeraciones, habrá que ver si también consigue poner freno a este fenómeno, y, en todo caso, tendremos que aprender la lección para evitar acabar en el mismo callejón sin salida.