La crisis que vino del frío
Si juzgamos por el ansia de vacaciones que se detecta en el ambiente, debemos de estar cerca del fin del mundo.
Después de unos años oscuros, el covid no mata tanto, la economía y la ocupación crecen, el turismo hierve a temperaturas nunca vistas y el consumo de las familias está un 13% por encima de 2019 a pesar de una inflación alrededor del 10%.
Aunque los datos económicos son buenos, como recogía esta semana el economista Oriol Aspachs, “desde que utilizamos Google no habíamos escrito nunca tantas veces la palabra recesión en una búsqueda en la red”. Y es que las nubes negras de tormenta se ven ya en el horizonte y la fuerza de la descarga dependerá de algunos acontecimientos hoy incontrolables. Las altas tasas de inflación llegarán, al menos hasta 2023; las previsiones de crecimiento se revisan del inicial 3,8% al 2,4% para 2023, y la situación internacional se complica. Domina la incertidumbre sobre el control del covid en China y, especialmente, sobre la evolución de la invasión rusa de Ucrania. Dos acontecimientos de consecuencias globales imprevisibles. Con la economía norteamericana frenando y la Alemania amenazada de quedarse sin gas para hacer funcionar la industria este invierno, el carpe diem se respira en el ambiente.
Economía o principios
La guerra se alarga y el pulso con Putin empieza a tener consecuencias directas sobre la UE, más allá de la acogida de refugiados. Tiene sobre Italia, donde la posición de Draghi favorable a eliminar la dependencia energética rusa y las entradas de divisas del Kremlin por anticipado de las importaciones ha topado con una parte del Movimiento 5 Estrellas, contrario a enviar armas a Ucrania y sancionar a Rusia. La crisis de gobierno en Italia fragiliza la capacidad de respuesta de la UE porque la dicotomía entre salvar la economía y salvar los principios no solo está encima de la mesa de Mario Draghi. Probablemente, el invierno pondrá nerviosos a muchos gobiernos europeos cuando tengan que dosificar el consumo energético, pero la crisis hacía años que se estaba cociendo. La guerra ha agravado el acceso a la energía tradicional, pero Europa estaba ya inmersa en una transición del sector energético sin disponer de la tecnología apropiada. Hoy, la UE en su conjunto es incapaz de implementar los cambios al ritmo que exige, no ya la realidad, sino los acuerdos políticos sobre la transición energética. Entre las consecuencias de la guerra podemos encontrarnos pronto una discusión sobre las políticas de reacción a la crisis climática que ponga en entredicho la necesidad o la capacidad de luchar en contra.
Sánchez y la supervivencia
España está en una buena situación relativa en cuanto al acceso a la energía gracias a la ubicación geográfica y las reservas de gas, pero el invierno también será frío económicamente y Pedro Sánchez, master del escapismo, lo sabe. Después de los pactos migratorios y militares con la OTAN, Sánchez ha sabido anticipar que los éxitos internacionales no se traducen en votos en una situación de deterioro económico y ha actuado en consecuencia.
Experto en supervivencia, el presidente del Gobierno español ha aprovechado el debate de política general para recuperar la iniciativa política y la agenda. Ha descolocado al PP con un giro a la izquierda porque la subida de impuestos a eléctricas y bancos, sin mucha concreción, funciona bien popularmente cuando el aumento de precios castiga el poder adquisitivo.
Fortalecido en el ámbito internacional, Sánchez encara la última parte de la legislatura con una ruta que pasa por conseguir aprobar unos presupuestos imprescindibles, una previsible crisis de gobierno y un rearme del PSOE en el ámbito ideológico respecto al PP y UP.
La necesidad de los presupuestos ha facilitado una última oportunidad a la mesa de negociación con ERC. La reunión de deshielo después del espionaje de Pegasus parece haber preparado algunas medidas sobre “desjudicialización” o lo que alguien define como “el desmantelamiento de la arquitectura represiva montada en 2015”.
Sánchez cree que con los indultos y la reducción de la presión en Catalunya ya ha cumplido con la cartera catalana, y antes de un mes se podrá evaluar si su voluntad de avanzar es real.
De momento, el encuentro entre presidentes fue un “quedamos para final de mes”. La parte catalana necesita resultados más allá del traspaso de una estación meteorológica y Sánchez, poco ruido y unos presupuestos. La mayoría de los catalanes, mientras tanto, están preocupados por el futuro económico, pero esto será básicamente después de vacaciones. Lo expresaba con otras palabras esta semana un ejecutivo del sector financiero muy informado: “Cuando Putin pulse el botón, ¡que nos pille borrachos!”