Turistas en la Sagrada Familia
16/08/2025
3 min

Estalla el calor y, con él, uno de los fenómenos más patéticos del verano contemporáneo: criticar a quienes critican el turismo durante el año cuando les llegan las vacaciones y, efectivamente, hacen turismo. Es un espectáculo tan tronado que cuesta mirarlo sin sonrojarse, perfiles difundiendo por las redes fotos de otros individuos descansando tranquilamente en la playa, gente supuestamente adulta convertidos en espías. Naturalmente, este show sólo delata la preocupación de ciertas fuerzas sistémicas frente a la posibilidad de que se esté produciendo una toma de conciencia genuina. Después de décadas disfrutando de un prestigio cultural incuestionado, se ha empezado a difundir un análisis correcto de los estragos que un modelo turístico basado en la importación de mano de obra barata ha llevado a nuestras vidas, desde la baja productividad que se convierte en una subvención encubierta para empresarios hasta el expolio de recursos cortos el potencial político de la ciudad rompiendo lazos entre vecinos. La crítica al turismo es tan justa y precisa que se está extendiendo como una mancha de aceite.

Dicho esto, hay algo que se activa en nosotros contra cierta forma de criticar el turismo que tiene la fuente en instintos correctos. En primer lugar, el fracaso estrepitoso de la izquierda en la última década y media hace que sus representantes institucionales estropeen cada causa justa que tocan con su falta de credibilidad. En los años seguidos en la crisis de 2008, hemos visto el auge y caída de una izquierda de la izquierda que ha tenido la oportunidad de ocupar el poder para transformar el sistema y ha acabado contribuyendo a su degradación. La solución es evitar falsas dicotomías: cuando un líder o espacio político sin credibilidad denuncia una injusticia real, no debemos elegir entre callar o apoyarlos, sino que debemos denunciar el problema ya la vez criticar al actor y su responsabilidad.

Ahora bien, el turismo está tan ligado a las contradicciones de la condición moderna que se le hacen críticas equivocadas más allá de la circunstancia. Yo siempre pienso en esa frase de "no odias los lunes, odias el capitalismo", cambiando "lunes" por "guiris". Muchas veces la izquierda cae en una trampa retórica que aplica al turista gamberro, demasiado parecido a la que la derecha utiliza con el inmigrante conflictivo: buscar una explicación cultural para sustituir a una económica. Porque, en realidad, el problema no lo tenemos con los turistas por serlo, sino con un sistema que favorece un turismo masificado y nos echa de los barrios, o con un incivismo que se explica mejor por el origen socioeconómico de los guiris y los mensajes que encuentran cuando llegan. Ni que decir tiene que la responsabilidad existe, que no debemos acabar en el otro extremo diciendo "pobres hooligans borrachos", y que los autóctonos que increpan a turistas son una expresión legítima de la desesperación por un sistema que privatiza las ganancias y socializa los costes. Pero hay que vigilar con la sinécdoque del guiri, apuntar a los responsables sistémicos y ser capaces de experimentar la ira antiturística con sólo legitimidad y con distancia. turismo con una escala y regulaciones más democráticas que el liberalismo salvaje que hemos normalizado. no ir muy lejos. Bien hecha, la crítica dice dos verdades: por un lado, el turismo hipermercantilizado reduce a las personas y los lugares que visita a un objeto de consumo banal; el mundo no es intrínsecamente malo, sólo lo son estos discursos absurdos con los que se identifica. Contra estas formas de reducción, hay que mantener lo revolucionario en el anhelo de salir de uno mismo y de los lugares seguros de la tradición para ir encontrando respuestas fuera, la sabiduría moderna que sabe que toda forma de libertad necesita un cierto grado de .

Hay que resistir los cinismos paralelos de la defensa de un modelo fraudulento con la retórica del "no hay alternativa" y el de la enmienda a la totalidad. Pero, cuando te fijas en los que están siendo el objetivo de las denuncias por una supuesta hipocresía que hemos visto estos días, como CUP de comarcas gerundenses, encuentras unos vídeos criticando el turismo tan excelentes que te das cuenta de que la crítica que da más miedo al sistema es justamente esta que no pide nada menos que dejar de promover el turismo sin freno y empezar a gobernarlo como un bien social.

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