Pudo pasar cuando la ola era irresistible, cuando la independencia la defendían quienes ahora mismo no lo recuerdan. En ese momento el PSC de Pere Navarro, por respeto a sus principios fundacionales y por la presión de su ala catalanista, se presentó ante el electorado proponiendo una "consulta legal y acordada". Luego se atrevió a romper la disciplina de voto en el Congreso de los Diputados, en defensa del referéndum. Celestino Corbacho pedía refundar a la federación catalana del PSOE. Pero al final fueron los catalanistas como Maragall, Elena y Geli los que se fueron, y el partido sufrió una fuga de votos en varias direcciones. A Miquel Iceta sus compañeros del PSOE le dijeron que el Estado nunca negociaría, que la cosa se resolvería en las malas y que si no se espabilaba tanto al PSC como (sobre todo) el PSOE recibirían sus consecuencias. Iceta, por tanto, devolvió el partido al redil constitucional.
Pudo pasar cuando Iniciativa (ICV) se vio desbordada por el 15-M y la crisis, y emergieron la CUP y el Proceso Constituyente de Arcadi Oliveres y Teresa Forcades, forjando un nuevo polo independentista de izquierda. Ada Colau, mediática líder antidesahucios, fue más rápida que nadie y montó una lista municipal que inicialmente se declaraba independentista (Colau votó sí-sí en la consulta del 9-N). En esta lista tenía que ir la CUP, con David Fernández de número 3, pero los cuperos de Barcelona, con gran miopía, lo vetaron, y dentro del nuevo invento de Colau prevaleció la alianza con el emergente Pablo Iglesias defendiendo soberanías en plural, procesos constituyentes no subordinados y otras galima; la dosis justa de ambigüedad para ir haciendo mientras no estuviera claro hacia dónde se inclinaba la balanza catalana. No hubo que esperar mucho: en las siguientes municipales, Colau perdió las elecciones contra Ernest Maragall, pero mantuvo la alcaldía con los votos del PSC y Ciutadans. Y en el 2017, cuando llegó el callejón sin salida, pensó que el tiempo le había dado la razón.
Pudo pasar cuando CiU se rompió, CDC se vio sitiada por la corrupción y decidió refundar el partido y cambiarle el nombre. Muchos exconvergentes vieron que eso iría mal y lo dejaron correr; otros pensaron que la mejor estrategia era el abrazo del oso a ERC para hacer una coalición y quién sabe si un solo partido de centroizquierda soberanista, en la escocesa. ERC se habría avenido si hubiera llevado el timón, pero el timonel de verdad era Artur Mas, que pese a la crisis de su partido era el presidente del 9-N y tenía la potestad de poner urnas. Se hizo una coalición, Junts pel Sí, que obtuvo una victoria amplia pero insuficiente, porque Mas también era el presidente de los recortes y eso llevó a miles de votantes a la CUP, que tenía la clave de la situación y forzó el relevo de Mas por Puigdemont. A partir de entonces, reproches, deserciones y la permanente amenaza de Madrid y de los poderes económicos llevaron al callejón sin salida de octubre del 2017.
Y aún pudo pasar, sin embargo, si el 3 de octubre, tras el éxito internacional del referéndum, de la indignación contra la policía y contra el rey, Puigdemont y Junqueras hubieran visto que era el momento de aprovechar el desconcierto español para acelerar, y encarar el conflicto inevitable con las calles a rebosar, o bien para victoria unas elecciones para convocar unas elecciones valiosa prórroga.
En estas cuatro ocasiones –al menos– se perdió la oportunidad de alterar el curso de los hechos. Cabe preguntarse si fueron cuatro disparos al palo –un caso de inaudita mala suerte– o si, como suele ocurrir en la historia, las cosas fueron así porque no podían ir de otra manera. Que tenga buena Diada este jueves.