Ahora que Culla se ha ido nos queda el consuelo de haberle podido decir lo agradecido que le estábamos, en el curso de aquel homenaje de septiembre que le dedicamos cuando aún estábamos a tiempo. Él mismo, cuando lo estuvimos preparando en su casa, se refirió a ello “como un funeral en vida”, con la cabeza clara y aquella precisión expresiva y socarrona que le caracterizaban.
10.000 alumnos en la Autónoma y miles de artículos y horas de radio y televisión explican por qué Culla ha sido un historiador reconocido, casi popular. Pero seamos exigentes, como él, para contarlo bien.
Culla sentía pasión por la historia, pero aún le apasionaba más poder transmitir conocimiento.
Tenía un alto concepto del trabajo de historiador. Cuando cogía un tema revolvía todas las fuentes con gran disciplina de trabajo. Su archivo personal (que no debería perderse) contenía miles de papeles que había recogido él, personalmente, porque si algo le encantaba era personarse en la historia para poder responder hasta la última coma de su tesis . Su memoria y su inteligencia le permitían conectar el pasado y el presente de manera brillante y atractiva. exigencia académica y profesoral dentro de la institución, y en la preparación con la que venían del bachillerato sus alumnos.
Una frase suya explica su comportamiento: “No me gusta la época en que un tuit vale casi como una tesis, pero quizá sea lógico, cuando los másteres se obtienen sin hacer nada”.
¿Cuál ha sido, pues, la lección de Culla, aparte de la elegancia con la que ha decidido vivir en los últimos meses de vida? La pasión y el rigor.