La decadencia de Europa
No me cabe duda de que Europa está en decadencia.
Entiendo decadencia no desde el punto de vista interno, sino de influencia internacional. Como unión, como espacio de libertades, derechos sociales y seguridad, Europa es una especie de burbuja aparte del mundo. Disfrutamos de unas estructuras normativas, una cultura y unas formas de hacer que no se encuentran más que en Reino Unido y poco más. La protección en el trabajo, el sistema de salud, el sistema de pensiones, el sistema financiero, etc. son intachables.
Y, por eso, en gran medida estamos en decadencia respecto al resto del mundo. Porque los demás países no están en disposición de equipararse a nosotros. Ni pueden ni quieren.
La presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, aseguró hace pocos días que en junio bajaría tipos de interés, pero que a partir de ese momento sus decisiones dependerían de los movimientos de la Reserva Federal en Estados Unidos.
En cuanto a los conflictos geopolíticos actuales, estamos a la espera de que las elecciones en Estados Unidos de finales de año diriman si habrá un abandono de Ucrania y, tal vez, de los compromisos adquiridos con la OTAN.
Es decir, que en el ámbito monetario dependemos de las decisiones de Estados Unidos y defiende nuestra influencia y capacidad de hacer frente a otros países –sea Rusia o cualquier otro– pueden decaer en unos meses.
Por eso digo que Europa está en decadencia o, para ser más precisos, perdiendo su capacidad de influir sobre el resto del mundo. La economía alemana está dañada y Francia e Italia van de trimestre en trimestre, mirando a ver si logran aguantar. España lo hace, en gran medida, gracias al turismo.
A mí me gusta Europa. Soy un europeísta convencido. Y no cuestiono lo que hemos construido. Lo que me pregunto es si seremos capaces de conservarlo, rodeados de enemigos que ya no cuentan con nosotros y sobre los que nuestra capacidad de influencia está decayendo de forma tan evidente como alarmante.
La solución en estos casos suele ser el aislamiento. Pero para aislarse es necesario ser pequeño en tamaño. Y Europa no lo es. Se abre un tiempo de tribulación.