Decidir dónde deben realizarse las viviendas

Escribo desde un paisaje montañoso, pasado el collado de Toses, entre árboles de colores cálidos, preludio del invierno. Salir de la AP-7 y del Eix Transversal me ha hecho pisar la cruda realidad de la mitad de municipios catalanes que pierden población. Se ve desde las carreteras: los restaurantes cerrados, las tiendas con rótulos, la poca vida en la calle.

Esto no es la Cataluña fea que describía Ignasi Aragay hace unos días, porque no está edificada y predominan los bosques y las montañas. Son pueblos austeros, con algunos edificios patrimoniales que harían las delicias si estuvieran en el centro de Barcelona, ​​pero muchos están vacíos, tapiados y tatuados por grafitis con mayor o menor ingenio.

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Las migraciones de los entornos rurales hacia los núcleos urbanos han provocado un panorama muy extraño: propietarios de grandes casas o chalés que sólo acuden los fines de semana, y en cambio, gente joven que tiene que irse de los pueblos porque los días laborables no hay trabajo. Congestión cuando hay nieve en pistas y calma obligada el resto de meses. Mientras, la especialización turística en la costa ha provocado un incremento de los pisos turísticos que afecta directamente a la asequibilidad de la vivienda también en pueblos pequeños muy tensionados.

En la planificación de las ciudades hay que poner algo de ciencia, como argumenta Ramon Gras. Y si las ciudades deben ser para las personas, es necesario abordarlas, en primer lugar, desde las ciencias sociales. El 30 de octubre tuvo lugar en el Món Sant Benet, en el Bages una jornada seminal sobre el futuro sociodemográfico de Cataluña, promovida por la Plataforma Conocimiento, Territorio e Innovación, surgida de la Asociación Catalana de Universidades Públicas. El Centro de Estudios Demográficos compartió las investigaciones en curso: la población de Catalunya no deja de crecer, casi en 100.000 personas al año, y estamos alcanzando récords demográficos. La población cada vez más envejecida es consecuencia de una natalidad de las más bajas del mundo. Y los catalanes ya tenemos orígenes muy diversos, con los retos importantes que supone para el mercado de trabajo y el sistema educativo para poder integrar de verdad.

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Todo ello tiene una derivada capital en materia de urbanismo: más allá de los 1.700 pisos de alquiler social en Barcelona, ​​o de los sucesivos anuncios de los 10.000, 50.000 o 200.000 viviendas protegidas que se han anunciado en Cataluña, hay que identificar dónde hay población joven y cuál tendrá dificultades de exclusión. hogares.

Barcelona y Madrid llegan al millón de habitantes en 1930, y desde entonceslas ciudades con más de 100.000 habitantes han crecido mucho. Hace décadas que, mientras que las familias buscan casa en el Barcelonès, Garraf, Maresme, Vallès y Tarragonès, el interior de Catalunya y los Pirineos pierden población. El Plan Territorial General de Cataluña de 1995 ya detectó que si no se actuaba la tendencia de la población sería concentrarse en torno a Barcelona. Pero la realidad ha superado las proyecciones. Hoy podemos concluir que el esfuerzo por distribuir trabajo y hogares en todo el territorio no ha tenido los efectos deseados: los datos indican que la población del Alt Penedès, el Baix Llobregat, el Barcelonès, el Garraf, el Maresme y los dos Vallesos ya acoge a 5,3 millones de residentes, equivalentes al 67% de la población de Cataluña. No se ha logrado el reequilibrio territorial previsto hacia el interior, ni tampoco se ha reforzado un modelo policéntrico similar al de Suiza o Países Bajos.

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Hace treinta años, el Plan Territorial pretendía descentralizar la actividad terciaria y los servicios y realizar actuaciones de suelo localizadas en los sistemas urbanos alternativos, reforzando las ciudades intermedias. Pero la realidad económica es muy terca, y hoy las empresas sólo contemplan ubicaciones céntricas, sea cual sea el precio del suelo. Prefieren la proximidad a Barcelona porque creen que si no van a atraer talento. Los pueblos pequeños pierden población y existen municipios donde más del 75% de los nacimientos son de madre extranjera. Ya no son sólo los pueblos: también las ciudades intermedias lo tienen difícil para atraer actividad económica intensiva en forma de empleo.

Quizás el debate no es cuántas viviendas hay que construir, basándose en viejas hipótesis, sino entender cuáles son los municipios a reforzar para hacer el contraciclo y evitar así, precisamente, la especulación rampante en Barcelona. Vivir en ciudades medias tiene ventajas, como gozar de los entornos naturales y poder conciliar mejor, sin perder el tiempo en las colas generadas por un tráfico desbocado. Esto pasa por explotar al máximo el patrimonio, complementar las actividades productivas con el turismo y potenciar los centros comarcales como puestos de servicios de varios municipios. Y habrá municipios que necesitarán mezcla y cohesión social y donde habrá que promover la vivienda libre, mientras que otros que ya tienen una oferta de pisos dealto standing sólo necesitarán protegido.

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Todo ello pone también mucha presión a los alcaldes, que están en primera línea institucional para hacer frente al aumento de población, sin mucho margen para generar y distribuir mejor la riqueza. La dificultad es que todo cambia tan rápido que el nuevo plan territorial debe ser ágil, plantear objetivos realistas e introducir la variable de la emergencia climática y las energías renovables. Porque la presión demográfica no parece que deba detenerse a corto plazo.