Viaje en el tren de media distancia de Barcelona a Girona. Me conformo con el retraso, ya estamos acostumbrados a ello. Antes de ponerme a leer, miro por la ventana y quedo hipnotizado por el espectáculo. Desolador. A título de inventario, todo esto que leerá es lo que veo la primera hora de viaje.
Hileras de edificios desvalidos, como cajas de cerillas, rodeados de enjambres de coches en descampados. Ahora y antes, una zona verde esquifida y polvorienta. Un pino solitario, un gato perdido, grafitos a raudales en muros desconchados. Campos abandonados, almacenes de ladrillo visto y techos de uralita envejecida. Carteles publicitarios roñosos. Escuelas en barracones con niños y niñas haciendo correderas protegidas por vallas metálicas. Rulotes en gigantescos parkings de asfalto medio vacíos. Antiguas fábricas abandonadas, con alguna histórica chimenea esbelta que se sostiene, estanteza. Clapas de bosques raquíticos con más árboles secos que verdes. Canteras sin vida como mordisco en la montaña, testigos mudos de un festín que acabó en burbuja inmobiliaria. Arroyos de color de perro como huye con más suciedad que agua. Muros de hormigón que aparentemente no sirven para nada, como vallas en el campo. Esparcida de barracas, huertos y puntos limpios ilegales. Una telaraña inextricable de palos y cables eléctricos de épocas distintas, viejos y jóvenes. Ropa tendida en bloques sin patio interior para tender la ropa. Aparatos de aire acondicionado que salen como protuberancias infecciosas en las fachadas. Miles de paredes medianeras descuidadas fruto de una no planificación. Balcones liliputenses donde nadie ha salido nunca, con macetas vacías. De vez en cuando, un heroico geranio superviviente. Invernaderos de plástico dañados. Cementerios de coches y chatarra. Esqueletos de edificios inacabados. Urbanizaciones laberínticas de calles empinadas con aceras sinuosas donde la vegetación se afana por salir.
Es la Catalunya fea. La de los no lugares a la intemperie (también están los no lugares supuestamente glamurosos) que teorizó Marc Augé. ¿Qué han hecho los urbanistas durante años? ¿Y los arquitectos, los ingenieros, los constructores? ¿A qué se han dedicado los alcaldes? ¿Qué ha regulado la Generalitat? ¿Seguro que a los catalanes nos pierde la estética, como decía Unamuno? ¿Qué le respondería ahora el poeta Maragall, a quien tanto inspiraron el paisaje y la naturaleza? Visto el panorama, creo que Oriol Bohigas hizo corto cuando dijo que el 90% de la arquitectura que se hacía en Catalunya era mediocre. El fotógrafo Jordi Bernadó charlaría con tantas posibilidades para cultivar sus imágenes antipostal. Otro ejercicio posible sería recorrer toda la costa catalana desde el mar e ir anotando las chapuzas constructivas. Me parece que también quedaríamos aterrados.
Durante el siglo XX hemos depredado el territorio. Y en lo que llevamos de XXI no se ha corregido mucho o nada el disparo. Por supuesto, la presión demográfica ha influido, pero las cosas habrían podido hacerse mejor. Mucho mejor. Nos ha quedado un país que, en sus áreas más pobladas y explotadas, tiene una calidad paisajística y urbana muy deficiente, de sálvese quien pueda. Da vergüenza. En Francia, el paisaje periurbano está mucho más aseado y regulado. No tiene la apariencia de dejadez del nuestro. El buen urbanismo también genera urbanidad. La buena planificación territorial genera orgullo de territorio. Un entorno cuidado empuja a la gente a cuidarlos, tanto de lo público como de lo privado. Somos gregarios para mal, pero también para bien. En Piamonte tienen el programa Io agisco (yo actúo), en el que la población hace cosas para mejorar el paisaje rural y urbano.
La Catalunya vacía, de montaña, se ha salvado del desbarajuste, pero diría que más por incomparecencia del enemigo que por méritos propios. Los pueblos han ido haciendo la vivo-vivo, parados en el tiempo. En muchos casos, tampoco es que las pocas nuevas construcciones hayan destacado por la calidad: a menudo te encuentras sedes de ayuntamiento de una pretendida modernidad que han acabado siendo el edificio más feo del sitio. En cualquier caso, en esta Cataluña profunda los paisajes, claro, conservan en general su grandeza, aunque el avance del bosque –en su mayoría no gestionado– es carne de incendios.
La única manera de contemplar una Cataluña preciosa es desde el aire. Cuando tienes los pies en el suelo, le ves todas las imperfecciones. Siempre nos quedarán los drones.