Dejarse aleccionar

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Dejarse  alliçonar

Dialogar y negociar es una proeza en un país como España, donde cualquier transacción equivale a renuncia y toda concesión se considera humillante. Sobre todo ahora, cuando los políticos españoles se creen que además de la fuerza tienen la razón, y que los golpes de porra de 2017 nos despertaron de un sueño enloquecido. Jarabe de palo como receta para una sociedad “enferma ”, como decía José María Aznar.

Entiendo muy bien que, después de sufrir la represión, tiene que dar mucha rabia sentir a la señora esta que han puesto a hacer de Iceta diciendo que los independentistas “ya tendrían que haber aprendido la lección”. El impulso natural (el mío, cuanto menos) sería mandar al gobierno español a la mierda, ni que sea por respecto a los centenares (quizás miles) de personas que han aprendido la lección a golpes de porra o a golpes de sentencia judicial. Pero no votamos a los políticos para que hagan pataletas o se peleen como en el patio de la escuela; les votamos para que dejen los sentimientos de lado cuando hay cosas más importantes en juego que el propio orgullo herido. Por eso, a pesar de que en estos casos me gustaría que Rufián soltara cuatro palabras, al menos para desahogarnos, valoro que el gobierno catalán no se deje distraer, que mantenga su agenda negociadora, la reunión de la Bilateral dentro de pocos días, la reunión de la mesa de diálogo en septiembre; y que lo haga sin dejarse alterar por la chulería de los represores de ahí, ni por la falsa épica de los almogávares de aquí, que hace tiempo que saben que no hay que hablar de nada, que no se obtendrá nada, que nos gobiernan unos ilusos y que el pueblo les pasará por encima. Lo más triste es que entre estos falsos profetas hay cargos electos de Junts, que han aprendido el arte de ser gobierno y oposición, ser Giró y Borràs, al mismo tiempo.

No quiero dejar de decir que mi escepticismo respecto de la mesa de diálogo es oceánico, pero también es oceánica mi convicción que el sit and talk es un éxito de relato, un reconocimiento de la existencia del conflicto. No estaría de más recordar que el president Puigdemont congeló la DUI el 10 de octubre de 2017 porque tenía vagos indicios de que el gobierno de Mariano Rajoy estaba dispuesto, justamente, a sentarse y hablar. Por otro lado, el escepticismo a palo seco no nos sirve de nada, si no hay una alternativa viable. Y no he oído a ninguno de los escépticos proponiendo estrategias diferentes; estrategias sinceras, quiero decir, más allá de “activar la DUI”, sin ninguna indicación sobre cómo resistir o confrontar la violencia del Estado, en un momento de evidente desmovilización.

Admito también que cualquier acuerdo con el PSOE es, por naturaleza, papel mojado, porque no hay manera de verificar el cumplimiento; y porque en España todo lo que no sea una reforma constitucional es perfectamente reversible, dado el espíritu patriótico del alto funcionariado y la judicatura. No hace falta, pues, que nadie me recuerde las malas noticias. Creo, en cambio, que la debilidad coyuntural del PSOE da una oportunidad de oro a ERC y a Junts para obtener victorias parciales en ámbitos que ahora mismo son decisivos para el futuro del país: gestión de los fondos europeos, inversiones pendientes, ley del audiovisual, traspaso de infraestructuras, etc. Esta negociación no puede ir desatada del debate de los futuros presupuestos españoles: para que sea realmente eficaz, Pedro Sánchez tiene que tener la sensación de que se juega la silla. Es cierto que un gobierno de PP y Vox da miedo, pero hace demasiado tiempo que el PSOE juega con este miedo para mercadear con el apoyo de sus socios catalanes. Si la estrategia es negociar, se tiene que negociar duro. Y toda ERC y todo Junts lo tienen que tenerlo claro y actuar con consecuencia.

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