BarcelonaEl anuncio de Argelia que suspende el Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación con España –que data del 2002– por su "injustificable" posición sobre el Sáhara Occidental llega en un momento especialmente delicado para el presidente español, Pedro Sánchez, que este miércoles se ha vuelto a quedar solo en el Congreso de Diputados defendiendo su giro en la tradicional política exterior española. Menos mal que la Comisión Europea ha acudido al rescate de Sánchez a media tarde autorizando finalmente el mecanismo que permitirá imponer un tope al precio del gas en España y Portugal y bajar así el precio de la factura de la luz. Aun así, los efectos de abandonar el pueblo saharaui en manos de Marruecos amenazan ahora con enquistar una crisis diplomática de gran alcance con el principal proveedor de gas de España, es decir, Argelia. La gran jugada de Sánchez para reconducir las relaciones con Marruecos, además de éticamente cuestionable, puede resultar un auténtico desastre económico.
Y es que Argel ha puesto el dedo en la llaga el mismo día que Sánchez insistía en justificar su giro. "Las autoridades españolas han emprendido una campaña para justificar la posición que han adoptado sobre el Sáhara Occidental, una violación de sus obligaciones legales, morales y políticas como poder administrador del territorio que pesan sobre el Reino de España", han declarado fuentes gubernamentales argelinas. Argelia ya retiró al embajador de Madrid el mes de marzo, cuando se hizo pública la carta al rey del Marruecos que certificaba el cambio de posición de España, que pasaba de ser neutral a estar a favor de la opción que el Sáhara sea una región autónoma dentro del reino alauí, en lugar de defender el referéndum de autodeterminación que fija la legalidad internacional como territorio pendiente de descolonizar. El gesto de hoy, por lo tanto, agrava la crisis diplomática, puesto que el embajador continúa sin regresar.
Argelia deja en evidencia a Sánchez, pero es que fue curiosamente el mismo presidente español quien se situó en una posición de debilidad cuando reconoció que su teléfono y el de los ministros de Defensa e Interior habían sido infectados con el programa Pegasus justo cuando el choque con Marruecos por la acogida en un hospital del líder del Frente Polisario estaba en el punto álgido. El gobierno español no solo ha cedido al chantaje de Marruecos a cambio de aumentar el control de la inmigración, sino que encima ahora todo el mundo sabe que Rabat espió al ejecutivo español. Y en lugar de pedir explicaciones, Sánchez hace como quien oye llover y cambia, sin consultarlo ni siquiera con los socios de coalición, la política española respecto al Sáhara.
El problema es que en política exterior tienes que anticipar los efectos de tus actos, y parece que ni Sánchez ni el ministro Albares previeron cuál sería la reacción de Argelia. Y ahora no solo tienen un problema político interno (la soledad evidenciada una vez más en el Congreso), sino un conflicto diplomático grave con un socio estratégico clave. Porque si Marruecos tiene la llave del grifo de la inmigración, Argelia tiene la del gas. Y ahora el principal problema se llama inflación y precios de la energía.