El desconcierto de Macron

1. Desbordado. Construida a imagen y semejanza del general De Gaulle, la presidencia de la Quinta República francesa no es fácil de gestionar. Quien llega a ella se siente poseído por un valor añadido excepcional, que puede hacer perder el mundo de vista. Cada uno a su manera, Georges Pompidou, Valéry Giscard d'Estaing, François Mitterrand y Jacques Chirac supieron mantener el tono de la institución, los dos últimos incluso hicieron con dignidad el difícil ejercicio de la cohabitación. Fue a partir de Nicolas Sarkozy cuando la institución empezó a desdibujarse, con los modos compulsivos de actuar del personaje. François Hollande hizo de la discreción virtud y no aportó mucho brillo. Curiosamente, ha sido Emmanuel Macron quien la ha sacudido sensiblemente. Vale la pena recordar los cuatro minutos de solemne desfile en solitario, con la cámara de televisión por delante, por los pasillos del Louvre, que dio paso a su toma de posesión. Una forma de representar la singularidad y la trascendencia del evento. El Elíseo por encima del mundo.

Pero la enfatización a menudo es una manera de esconder las impotencias. Y cuando la realidad se ha puesto cuesta arriba, el presidente ha terminado perdiendo los papeles. El desbordamiento de la derecha hecho por Reagrupamiento Nacional, la extrema derecha, lo ha descolocado en la medida en que hacía sombra a su retórica liberal exquisita y ponía en evidencia que las extremas derechas no son una anécdota en la fase actual del capitalismo. A caballo de una derecha muy fraccionada, Macron perdió los papeles definitivamente cuando Le Pen y compañía llegaron primeros en las elecciones europeas. Y sin ninguna necesidad –tenía mayoría suficiente para gobernar– convocó elecciones generales, que en la primera vuelta confirmaron el peso de la extrema derecha y en la segunda hicieron emerger una respuesta masiva de la izquierda, con una participación que no se había visto desde 1981 y que dejó a Macron en un territorio intermedio muy fragmentado. Y ahí se retrató. En vez de recuperar su condición arbitral y favorecer una coalición entre las izquierdas y los sectores centristas, optó por un gobierno muy minoritario en su onda. Un evidente signo de debilidad, que ha hecho que ni la parafernalia de los Juegos Olímpicos haya permitido recuperar el prestigio del presidente.

Cargando
No hay anuncios

2. Acabado. Ahora se lo ve atrapado y descolocado. Le Pen –en dificultades judiciales– lo ha captado y busca elecciones ya para afianzar su posición. Y Macron no tiene una mayoría para evitarlo. Parte de la prensa francesa especula con su dimisión. Francamente, cuesta de creer. Dudo de que no llegue hasta el final. Le quedan dos años antes de ser expresidente de Francia, con apenas 49 años –llegar arriba tan joven tiene estos inconvenientes–. Puede convocar elecciones generales –no antes de julio–, que me parecen difíciles de evitar con un nuevo gobierno con escasa mayoría, o presidenciales, pero al riesgo de llevar a la extrema derecha al poder más alto, lo que sentenciaría definitivamente su mandato.

Parecía imbatible. Pero ahora, con su rostro un punto infantil –cada vez más marcado, hay que decirlo, por los quebraderos de cabeza del poder–, lo que transmite es cansancio y desorientación. ¿Sería capaz de construir una nueva mayoría, sin caer en manos de Le Pen y la extrema derecha? La cuerda se le acaba. Las apuestas no le salen, quizás porque especula equivocadamente con sus fuerzas. Lo vimos intentando reiteradamente hacer entrar a Putin en razón. Hace tiempo que no se ha vuelto a encontrar con él. Tenía que cambiar Francia y el país sigue supurando por las mismas heridas que cuando llegó. Y ahora entra en un momento crucial. Con un presidente en pleno desconcierto todo se complica en un sistema tan piramidal. Y si, con una nueva mayoría, el Elíseo perdiera la última palabra, estaríamos ante un cambio de régimen.

Cargando
No hay anuncios

Quizá a Macron le suceda lo que todos vemos: que estamos en un cambio de sistema económico y de comunicación –del capitalismo industrial al financiero y digital– y que no sabemos muy bien cómo ponernos. ¿Quién manda aquí? Por el momento, entre el desconcierto de la mayoría, quien crece, por la vía negra del autoritarismo y las falsas promesas, es la extrema derecha. Si Macron quiere salvar el final de su trayecto debe tenerlo claro. No debe hacer ninguna concesión a Marine Le Pen y Jordan Bardella, que es una tentación cada vez más extendida entre conservadores y liberales. ¿Tanto esfuerzo exhibiendo clarividencia y ambición para acabar en el desconcierto? Es la condición humana.