Medio siglo de “libre mercado”, medio siglo de desintegración social y política

L'exprimera ministra britànica Margaret Thatcher apunta cap al cel mentre rep ovació a la Conferència del Partit Conservador l'octubre de 1989/ Stringer/ REUTERS
13/12/2025
Periodista
3 min

Algunos libros resisten estupendamente el paso del tiempo. Falso amanecer, de John Gray, ofrece un buen ejemplo. Se publicó en 1998, antes del euro, antes de Vladimir Putin, antes de las redes sociales, pero su diagnóstico sobre los efectos del “libre mercado” (un concepto inventado a mediados del siglo XIX) y de su evolución lógica, el “capitalismo global”, se mantiene certero: desintegración social, impotencia de la política y auge brutal de las desigualdades.

John Gray, filósofo, profesor en la London School of Economics y en la Universidad de Oxford, muy crítico con las ideas vigentes sobre el significado de un concepto como “progreso”, no surgió de ese magma que llamamos “izquierda”, sino de la derecha profunda. Esa que siempre ha desconfiado de las utopías y del presunto alcance universal de las ideas de la Ilustración. Sus obras, empezando por Falso amanecer, están engarzadas por un hilo de pesimismo. Y por una lucidez constante.

En la era victoriana, los grandes empresarios del Imperio Británico habían logrado acumular capitales ingentes. Y querían dar el paso definitivo: liberar la vida económica del control social y político. Como es sabido, lo consiguieron. De esa época data la definición del cínico atribuida a Oscar Wilde: el hombre que sabe el precio de todo y el valor de nada.

Esa primera etapa del nuevo capitalismo imperialista se derrumbó con la Primera Guerra Mundial, la aparición de las ideologías totalitarias y la crisis de 1929, y fue reemplazada temporalmente por una era keynesiana o socialdemócrata que duró hasta la irrupción neoliberal en el último tramo del siglo XX.

A partir de esa irrupción, “los mercados” adquirieron una condición telúrica. Igual que los fenómenos meteorológicos, sus reacciones eran difíciles de prever y absolutamente inevitables. Incluso los primeros profetas de la revolución neoliberal, como Margaret Thatcher, intentaron protegerse de la economía como monstruo autónomo con un gesto tan humano como incoherente e inefectivo: la invocación del nacionalismo.

Gray predijo que el nacionalismo sería ineficaz frente a los mercados y, en último extremo, incompatible con ellos. Predijo que el llamado “Consenso de Washington” (1989), una doctrina preconizada por el gobierno de Estados Unidos y sus dos instituciones económicas tentaculares, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, basada en la idea de “menos Estado, menos impuestos y más mercado”, iba a tener consecuencias desastrosas para unas democracias basadas en los Estados. Y predijo también (en 1998, cuando la economía china era solamente la mitad de la alemana) que el gran beneficiario de las nuevas reglas sería quien no tuviera que atenerse a ellas. Es decir, China.

Las cartas llevan tiempo sobre la mesa. Lo cual no impide que las sociedades occidentales sigan apelando al automatismo de Thatcher y busquen protección en el nacionalismo. Tanto en Estados Unidos como en los países de la Unión Europea está en auge una derecha que se autodenomina “patriótica” (sea cual sea el significado de eso) y habla de la necesidad de enfrentarse a la globalización, mientras señala como causa de todos los problemas a las migraciones masivas, un simple efecto colateral del vigente orden económico.

Resulta fascinante escuchar a las figuras de proa de la “derecha patriótica” (desde Donald Trump hasta Elon Musk o Vladimir Putin) invocando la necesidad de autoridad política y cohesión social, mientras amasan fortunas inconcebibles gracias, precisamente, a la desintegración de la política y de la sociedad. Aún más fascinante resulta comprobar que tanta gente les hace caso.

En Falso amanecer, John Gray luce un claro rasgo de integridad moral: se declara incapaz de recetar soluciones. No se veían en 1998, no se ven ahora.

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