Una persona muy anciana.
13/12/2025
Profesora de universidad y Escritora.
2 min

Quienes nos dedicamos a la docencia universitaria seguimos preguntándonos cuál es la ventaja competitiva de la persona humana que enseña respecto a una amable y gentil inteligencia artificial, que todo lo abarca. Nuestras preocupaciones y amnesias quedan ampliamente cubiertas por la capacidad superpoderosa de este universo danzante de millones de datos.

A veces hablamos con los estudiantes, acostumbrados a cumplir con la consigna del profesor al pie de la letra como si fueran una máquina robótica. A diferencia de la época de Darwin, ya no nos preocupa ser como los simios superiores (chimpancés, orangutanes y compañía, seres absolutamente entrañables en los que reconocemos nuestra forma de hacer) sino otra cosa que no nos deja dormir: ¿qué diferencia hay entre una supercomputadora y nosotros, pobres mortales de segunda categoría?

En estas peculiares circunstancias del mundo de hoy, enseñar historia de la educación constituye una tarea casi imposible, porque la percepción del tiempo ha cambiado mucho y porque los jóvenes no quieren estudiar los hechos históricos. Ya lo han hecho en el instituto y todo ha seguido igual después de la empollada para el examen. Un día, hablando con los estudiantes, pregunto por el nombre de mis padres. Lo escriben. Luego por el nombre de los abuelos. Lo escriben. Después por el nombre de los bisabuelos. Ni idea. Un blanco en los datos se abre frente a ellos y los deja perplejos. Pido que lo piensen al revés: sus bisnietos no recordarán su nombre. Habrán desaparecido de la memoria familiar. Ya no serán nadie. Habrán muerto del todo.

Propongo invitar a clase a varios abuelos. Dos abuelos y dos abuelas de los estudiantes del grupo se prestan voluntarios para el experimento. Hagamos una rueda de prensa. Los estudiantes formulan preguntas, siempre orientadas a hacer visibles a estos bisabuelos (los padres de los abuelos invitados) y su generación. Los abuelos que han venido son amables, tolerantes. Hijos e hijas de la posguerra. Una de las preguntas que hacen los estudiantes dice así: "¿Cuál es el mejor regalo que te hicieron tus padres?" Uno de los abuelos responde que una bicicleta. Otro dice: "Haberme dado la vida: éste fue el mejor regalo".

En el trabajo escrito que pedí después de ese día la mayoría de los estudiantes expresaron que eso que habíamos hecho no se encuentra en internet ni lo puede hacer el "gato" gpt. Porque los abuelos hablaron de la ausencia de los padres, desde los que y por los que su historia ha tenido lugar. De repente, hemos oído unas voces que no conocíamos. La IA puede decirnos cómo llegar a un restaurante o quién fue Maria Montessori. Y lo dice bien. Habla por dar información, pero no sabe que no tiene voz. Porque la voz es ese punto desde donde se organiza lo que ha significado nuestra vida. Sabemos de dónde venimos al reconocer las voces de quienes están con nosotros y sobre todo las de quienes han dejado una huella vital. Y ahora pregunto: ¿cómo debe hacerse la educación para rescatar esta voz escondida detrás de tanta palabrería artificial? Quizá sea éste el reto que nos espera.

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