

En su ensayo titulado Contra la sinceridad (Against sincerity, 1994), la poeta norteamericana Louise Glück –que hace unos años ganó el premio Nobel de literatura, y después murió– profundiza en la diferencia entre la realidad y la verdad del poema, o de la obra de arte. A lo largo del ensayo la autora afronta la cuestión desde diferentes planteamientos: por ejemplo, es particularmente interesante la comparación entre un soneto de Keats y otro de Milton. Los dos autores tratan la misma cuestión, el miedo a morir, pero mientras que Keats, desde el romanticismo, presenta ese miedo como una cuestión personal, Milton, desde su solitaria y puritana grandeza de hombre del XVII, ve la proximidad de la muerte como una cuestión que confronta su alma con Dios. Para Keats, que es del XIX, el miedo a la muerte se vuelve verdadero cuando la considera en relación con su propio ser y con el amor que siente por su amada; para Milton, ese mismo miedo toma verdad en el ámbito trascendente, es decir, fuera de sí mismo y fuera de la existencia en este mundo.
Detrás hay una misma operación, que Glück enuncia como "la transformación de lo real en verdadero". La realidad es lo que vivimos, pero la verdad es lo que dice el poema, o la obra de arte. Por tanto, la pretensión de "sinceridad" en el poema (o de "honestidad", o de "honradez"), entendida como una confesión en público de la vida íntima del autor, es una idea sin mucho sentido. Puede resultar morbosa, pero no tiene ninguna relación con el valor del poema o de la obra de arte, que si acaso consiste en salvar lo que Glück describe como "el abismo entre la verdad y la realidad". A poner un puente, o una puerta. Es a través de la elaboración formal, del artificio, que el poema convierte en verdadero lo que antes solo era real. Lo expresó más modernamente el portugués Pessoa, en aquellos versos famosos: "El poeta es un fingidor, / y finge tan completamente / que finge también que es dolor / el dolor que en verdad siente".
Para el poeta, para el artista (el músico, el dramaturgo, el actor), la sinceridad puede ser enemiga de la verdad, y la realidad es un conjunto de hechos que esperan su ocasión de volverse verdaderos al ser formalizados por el poema, el cuadro, la representación sobre el escenario, etc. No hace falta subrayar lo cerca que se encuentran estas interesantes y sofisticadas (y viejas) disquisiciones del cinismo más simple y vulgar. La separación de la realidad respecto de la verdad, y la idea de la verdad como una construcción que debe hacerse mediante el discurso, al margen de la realidad en la que se basa, se encuentra en la política de la posverdad y de los hechos alternativos que en pocos años ha devastado las democracias liberales y ha convertido el lenguaje político en un mero artificio que tan pronto puede significar una cosa como otra, porque se ha dejado de dar valor tanto a los hechos como al sentido de las palabras. Tal vez el desprecio hacia la sinceridad (o la honestidad, o la honradez) tenga un precio más alto de lo que habíamos imaginado o previsto.