El presidente ruso Vladimir Putin anuncia una operación especial al Donbass
25/02/2022
3 min

“Apoye al señor presidente”. Esta invitación aparecía en la página web de la presidencia de Ucrania con el objetivo de recabar el apoyo de los ciudadanos en uno de los momentos más dramáticos de la historia del país. En condiciones normales miles de ucranianos hubieran podido firmar ese manifiesto digital.

 Afortunadamente, no lo hicieron. Varios equipos de investigadores en desinformación y ciberguerra detectaron que esa página web no era la oficial aunque lo parecía. Era, en realidad, una copia, un “clon”, en la que los piratas informáticos habían introducido una ventana emergente para que los ciudadanos entraran con sus ordenadores y firmaran el manifiesto. 

Esa ventana abierta en el ordenador de cada ciudadano habría sido la puerta para un malware, un software malicioso. “El despliegue hipotético de un troyano en decenas o cientos de miles de ucranianos podría haber estado en condiciones de causar un daño incalculable a la infraestructura de Internet de Ucrania”, observa el artículo de Bellingcat, uno de los organismos de verificación más prestigiosos del mundo y colaborador en esta investigación del especialista Snorre Fagerland.

Este es uno de los episodios recientes que mejor ilustra la maestría que Rusia ha adquirido en el arte de la guerra híbrida y que tiene en los ciberataques y en la desinformación dos de sus principales armas. Llevan décadas preparándose para ello. “ Uno de los atributos de la guerra futura será la confrontación de la información, la información como arma, como lo son los misiles, las bombas o los torpedos”. Son palabras pronunciadas en 1998 por el general Vladimir Slipchenko, vicepresidente de la Academia rusa de Ciencias Militares. La historia de los últimos quince años ofrece una sucesión de ejemplos de los ataques “sin contacto”. Las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016 se vieron alteradas por una injerencia rusa de tal magnitud que sus consecuencias son aún analizadas y sus responsables investigados. Un ingente caudal de bulos producidos en decenas de formatos diferentes y lanzados en redes sociales y webs falsas con tal eficacia que la serenidad del debate electoral se vio seriamente perjudicada. La maquinaria rusa volvió a activarse en 2017 en Francia para desestabilizar la campaña presidencial francesa e inclinarla a favor de la candidata ultra Marine Le Pen. Y, desde entonces, no se ha detenido.

El reto de Occidente es ahora aliviar el retraso histórico que han sufrido sus principales organismos supranacionales a la hora de identificar y combatir con eficacia en la era de la guerra híbrida y permanente. Los lamentos quedaron reflejados en varios documentos oficiales, entre 2016 y 2017. Es el caso de un revelador informe que la Asamblea Parlamentaria de la OTAN encargó a la diputada canadiense Jane Cordy sobre las implicaciones que en materia de seguridad aportaban las redes sociales. Rusia tiene en dicho informe un capítulo propio cuyas conclusiones alarmaron a Cordy tras consultar a numerosos expertos. Las tácticas de desinformación rusas estaban, ya entonces, muy rodadas: bots, trolls contra opositores y operativos internacionales a la caza y conquista del relato en la esfera internacional. Tras consultar a numerosos expertos, Cordy parecía realmente alarmada.

“Los guerreros rusos de la información reaccionan ante los grandes acontecimientos internacionales con una celeridad increíble y alcanzan grandes audiencias, en los cuatro puntos del planeta, difundiendo relatos pro-Kremlin y diseminando historias no verificadas o teorías del complot”. Tras recordar los miles de millones de rublos empleados por Putin en “aumentar su presencia en los medias mundiales desarrollando sus propios órganos de información multilingüe como Sputnik y RT”, la diputada se hace eco de un diagnóstico demoledor: “Rusia lleva una delantera de diez años a Estados Unidos en la utilización de las redes sociales en las operaciones de información”.

Un lustro después, las naciones occidentales se enfrentan al reto de las ofensivas invisibles y dañinas para las que Rusia se ha estado preparando tanto tiempo. No solo los gobiernos: también los medios de comunicación necesitan adaptar sus estrategias de comunicación. El periodismo de guerra necesita una redefinición de sus contornos para poder observar y narrar una parte de la guerra. El trabajo de observación en las redes sociales y de verificación de contenidos no es muy lucido, pero resulta indispensable para comprender el complicado mundo en el que vivimos y cumplir con el deber de un periodismo de servicio público. Y, no menos importante, para que los medios o los profesionales no acaben, por desconocimiento o ignorancia, siendo cómplices involuntarios de los grandes señores de la desinformación. 

Carmela Ríos es periodista
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