A destiempo
"Quien quiera salvaguardar su libertad deberá proteger de la arbitrariedad a todos los demás, o el precedente se volverá contra él"
Thomas Paine
"Ahora que somos juntos / Diré lo que tú y yo sabemos / Y que a menudo olvidamos" cantará siempre Raimon. De todo lo dicho sobre la carta de Pedro Sánchez publicada en las redes sociales, me quedo con un tuit del jueves de unos de los afectados por la causa contra los indignados del 15-M, tras el mal llamado cerco al Parlament . El cerco real, a criterio del abajo firmante, eran aquellos presupuestos que pasaban la sierra eléctrica de los recortes por una sanidad, una educación y unos servicios públicos que aún hoy pagan sus consecuencias y que no tenían ninguna responsabilidad en la crisis financiero-especulativa. El consejero de Interior del momento lucía, a veces, de forma macabra, un bate de béisbol. El pedagógico mensaje del ex joven indignado –que hoy es menos joven, pero mucho más indignado– iba educadamente dirigido al PSOE, a una parte del independentismo y al mundo de Podemos. Era un brevísimo recordatorio donde sostenía, en carne propia, que el barro judicial y el estercolero represivo no empezó con ninguno ni tampoco con él. Recuerden el caso, porque son ocho jóvenes condenados en prisión y once años de castigo informal, que acabarían en nada y de la forma más agónica. Porque el gobierno más progresista de la historia nunca movió ninguna pieza desde 2018. Todo se cerró de repente en mayo de 2022 por prescripción de la pena y el retraso en la resolución de un indulto que nunca llegó. Y a casa, después de cuatro mil días de tensa espera cotidiana.
Aquellos veinte jóvenes, vale mucho la pena recuerda hoy, fueron juzgados en la Audiencia Nacional y, en primera instancia, fueron todos absueltos excepto uno. Un juez emitió voto particular pidiendo que se condenaran a diez –se decía, cosas de la vida, Fernando Grande-Marlaska. Fiscalía y Generalitat y Parlament recurrieron la sentencia al Supremo. Y ahí, un juez –se decía, cosas del tamaño, Manuel Marchena– acabó condenando ocho a tres años de cárcel, sacándose del sombrero el nuevo concepto de violencia ambiental. Exactamente el mismo concepto que después se emplearía para condenar a 100 años de cárcel a los líderes independentistas. Pausa. Calma. Silencio. ¿Quién fue de la mano con un tribunal especial –la Audiencia Nacional–, criminalizando el derecho de protesta acusando de delitos excepcionales –delito contra las altas instituciones del Estado– y de la mano de la extrema derecha –nada más ¿ni menos que Manos Limpias, absuelto este mismo febrero por la sala segunda del Supremo presidida por Marchena–? El Parlament de Catalunya, incluido el PSC y un bloque independentista que contribuyó a tejer la soga con la que después le ligarían. Nunca atendieron a las razones democráticas de los pocos que sostenían que aquello era una tontería, un mal augurio y un peor precedente. Ya ocurre a menudo, que la máquina acaba zamándose el inventor –que se lo pidan a Baltasar Garzón, artífice judicial del demoledor todo es ETA, estrujado después por los mismos que le ensalzaban. O temporada, o moras.
Claro que afirmar que antes que Pedro Sánchez, y en lógicas represivas acumuladas, ha habido muchos más casos no es, en ningún caso, ni un acto de soberbia ni falta de empatía, sino de mínima justicia y reparadora memoria. Más aún. No es incredulidad, es perplejidad. Más bien un lamento hecho clamor: ¿dónde caray erais cuando otros lo sufrían? Y en el caso del PSOE, habrá que aclararlos a los cuatro vientos que demasiadas veces han sido los impulsores directos de demasiados enloquecimientos persecutorios. Sólo citaré uno: ¿dónde estaba cuando los 11 del Raval –once inocentes encarcelados seis años– probaban la siniestra razón de estado y qué decía y hacía Rubalcaba justificando el encarcelamiento de inocentes? De todo lo que se ha escrito, hace mucho y no esta semana, me quedo con el libro de Pedro Vallín que lo explica magistralmente (C3PO en la corte del Rey Felipe. La guerra del Estado profundo español contra la democracia liberal, Arpa, 2021).
De todo lo que ocurre, siempre a destiempo, sólo añadiría que hace demasiado que está pasando. Sobre todo porque muchos han callado tanto durante demasiado tiempo –entre ellos algunos de los que hoy alzan la voz como sorprendidos. Y por eso la bola de nieve de la infamia se ha ido haciendo tan grande, demoledora y brutal. Les ocurre lo que ya advertía Niemöller: que si no abres la boca por los demás te la acabarán cerrando a ti. Terricabras, a quien añoramos mucho y demasiado, pedía siempre pensar con rigor y adentrarse en todas las complejidades. Entonces la reflexión –la duda me corseca– no es desde cuando ocurre sino, seguramente, confirmar que nunca ha dejado de pasar, bajo diferentes intensidades, fisonomías y extensiones. Pero no es que ahora hayan llegado demasiado lejos: traspasaron la línea el primer día que lo hicieron. Este mes, por ejemplo, se recuerda en el País Vasco el encarcelamiento del periodista Javier Sánchez Erauskin, en 1983, por un artículo contra Juan Carlos I titulado El paseíllo y la espantá. Fue el primer periodista encarcelado en el Estado por un artículo contra la Corona y rechazó cualquier indulto porque "estas barbaridades no se solucionan con vergonzosas generosidades o indultos. No los acepto. Reclamo, en cambio, cuyas auténticas libertades democráticas, como parece, estamos lejos". Era abril de 1983 y Xavier Vinader ya estaba en el exilio.
Intento decirlo de otra forma hiperactual. Esta semana hemos conocido la resolución judicial que condena la violencia ultraderechista, pura hostilidad y persecución, que se produjo en la ciudad de Valencia en el transcurso de la manifestación –reventada a palizas por la extrema derecha neonazi– del 9 de ' octubre de 2017. La literalidad es inexpugnable en los hechos probados: "su propósito no era otro que asediar" las izquierdas valencianas. Los condenados han pactado y han acordado penas mínimas que les suponen quedar libres. Un asedio penalmente gratuito, casi. Y como se escribe siempre en directo, toca hacerlo tras la triple resaca –italiana, portuguesa y valenciana– del 25 de abril. Aunque siempre renacemos de las cenizas, los escombros y las dudas, el 25 de abril conmemoramos simultáneamente el día de la liberación partisana, la Revolución de los Claveles de 1974 y la batalla de Almansa. En 2024, sin embargo, debemos decir, asumiendo la realidad, que en Italia gobierna Meloni, en Portugal la segunda fuerza es la extrema derecha de Chega y en la Comunidad Valenciana gobierna hace 10 meses la coalición PP-Vox.
Mientras, este sábado, Sant Celoni acogerá la inauguración de una placa conmemorativa en homenaje a Guillem Agulló, treinta y un años después de su asesinato y de un asedio incesante jamás resarcido. Nunca es tarde y al mismo tiempo es demasiado tarde: así están las cosas. Daremos rodeo, advertía Camus. Y lamento decirlo así, pero lo diré. Comparado con Ciro Morales, indignado represaliado que acudió a muchas de las manifestaciones para exigir la libertad de los presos políticos mientras esperaba ingresar en prisión; comparado con la familia de Guillem Agulló –décadas entre silencios, insultos y amenazas; entre minimizaciones y banalizaciones–, Pedro Sánchez no estará ni once años ni treinta años esperando que la espada sucia del vientre oscuro del Estado le caiga sobre la cabeza. Le tengo rabia al silencio por lo mucho que perdí cantaba, como nadie, Atahualpa Yupanqui. Pues eso. Dan rabia tantos silencios acumulados que han terminado, finalmente, en ese ruido ensordecedor del ruido capital: la involución democrática impune que nos asedia. Donde ya no se salva ni al presidente del gobierno.