Destrozar la cultura del poder
El pasado domingo este diario destapaba décadas de casos de acoso y abusos en el seno del Institut del Teatre. Situaciones repetidas durante años que señalan a diferentes profesores. Ahora, alumnos y exalumnos han levantado la voz y han abierto rendijas en los muros de silencio impuestos por los poderosos. Porque esto va de poder.
Contextualizar todo lo que está sucediendo es necesario, porque no estamos ante hechos aislados ni puntuales: todos estos casos son piezas de un mismo rompecabezas, el attrezzo social del patriarcado, que ha regalado privilegios a los hombres en estructuras con lógicas de poder absolutamente masculinizadas que han naturalizado, banalizado y minimizado los abusos.
Los datos sobre la dimensión del problema son aterradores. Como ejemplo, la encuesta FRA apunta que más del 50% de las mujeres europeas han sufrido acoso sexual en el entorno laboral. Imaginaos cuántos #MeToo tenemos pendientes, porque tan solo se denuncian un 8% de los casos relacionados con las violencias sexuales.
Es importante destacar también que la mayor parte de estos acosadores no tienen un trastorno mental, y que no podemos excusar sus abusos detrás posibles adicciones, porque saben perfectamente cuándo y a quién atacar, y qué esconder. Son hombres privilegiados que han utilizado su situación de poder para agredir a quien estaba por debajo suyo y han convertido esto en su pasatiempo preferido. Mientras tanto, ellas soportan violencias reiteradas, procesos largos que te van minando, días y noches en los que la angustia cada vez se hace más presente. Quien pregunta por qué las mujeres tardamos tanto a denunciar no conoce la amenaza del poder.
Y si todo esto ha sucedido y sucede es porque los abusadors encuentran entornos que han sido permisivos y han mirado hacia otro lado. Con un “Él es así” han dado por válidas actitudes que después han tildado de rumores, porque si tienes responsabilidades y no actúas estás validando ciertos comportamientos. Otros deben de haber pensado que no querían problemas y han optado por no posicionarse. Pero no hacer nada ante la acción abusiva refuerza socialmente la actitud del violento a través de la impunidad, y eso todavía lo hace sentir más poderoso. El silencio social empodera a los abusadores, y a ellas, las empequeñece. También lo hace el hecho de vivir en una sociedad que todavía carga la losa de la culpa a la que sufre el acoso (porque eres demasiado simpática, porque tienes un cuerpo tan bonito que es imposible que me pueda resistir o porque eres la mejor alumna que he tenido nunca...). Eres la escogida y has hecho algo para serlo, por lo tanto, tú también tienes responsabilidad en todo esto. El dedo señalador de la culpa es tan lesivo y perverso que te perfora de arriba abajo.
Y entonces, cuando todo lo que eran rumores estalla, desde la dirección se exhiben los protocolos (colgados en la web) como grandes escudos de defensa, como si esto lo solucionara todo.
Y es que un protocolo no acaba con un problema estructural y complejo, porque no transforma por sí mismo la cultura organizativa de una institución. Hace falta un plan de acción global, que vaya más allá. Cambiar dinámicas de relación, hacer acciones formativas para el profesorado y el alumnado, campañas de difusión que evidencien el posicionamiento de la organización, disponer de protocolos efectivos y liderados por profesionales externas para evitar juegos de poder internos... Estas son tan solo algunas de las medidas que permiten abrir la puerta a cambiar de verdad la cultura organizativa. Porque esto es lo mínimo que tenemos que garantizar, espacios libres de acoso sexual para poder vivir, aprender, trabajar... tranquilas y libres. Acabar con estas violencias pasa por actitudes valientes que son capaces de priorizar estos temas y confrontarse con las estructuras y figuras de poder anquilosadas. Si no lo haces, la mejor opción es la dimisión. Hemos aprendido que para controlar las pandemias hay que ser proactivas y buscar los casos para evitar la expansión, y con el patriarcado no lo podemos hacer diferente, porque esta es una de las peores pandemias con las que tiene que lidiar la humanidad.
Alba Alfageme es psicóloga