Ir cada día, como Jané

Casi como si le hiciera un homenaje, he ido a un estante de casa a buscar el Diccionario catalán de sinónimos de Albert Jané, Premio de Honor de las Letras Catalanas. Es una primera edición (AEDOS), de 1972, que me regaló un amigo común, el gran Jordi Mir, cuando me casé. Lo uso a menudo por lo que el propio Jané propone en la introducción: “Su función es esencialmente de sugerencia: a veces, sugerencia de una palabra que el consultante conoce perfectamente, pero de la que no conseguía recordarse”. Exacto, esto es.

1972, o sea, dictadura. Y allí teníamos a Albert Jané, picando piedra con un propósito científico, por supuesto comercial también. Y me puedo imaginar que el espíritu de servicio a la lengua y al país era un estímulo decisivo en un momento en que la lengua estaba desterrada de la vida oficial y académica, y el país estaba por institucionalizar. Era gente que puso muchas más horas que las que cobraron a base de ir, ir e ir cada día.

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Cataluña ha estado llena de gente como Jané o como Mir, y hoy también lo está. Sigamos siendo un país de gran potencia creativa, pero los tiempos han cambiado. Nos hemos acomodado, porque hemos percibido que con la Generalitat y la lengua restauradas los muebles de la identidad estaban ya salvados. Y porque somos más ricos y vamos por el mundo con nuestro euro y nuestro pasaporte europeo. Y nos hemos complicado la vida con la misma hiperregulación administrativa que pretende hacernos la vida más justa. Y nos hemos dividido como si viviéramos en un país normal, de aquellos que pueden dividirse sin afectar a su continuidad esencial. Estos problemas de fondo no los arreglará el próximo gobierno, sea cual sea, porque la solución no puede ser de parto. Hay que volver a reunirse en torno a la idea de ir cada día, a hacer algo mayor que nosotros mismos.