Una Diada para la melancolía
"No leímos bien la realidad del país", decía Jordi Sànchez. "Sobrevaloramos nuestras propias fuerzas o fuimos muy ingenuos", añadía Carme Forcadell. Expresidentes de la ANC, después de un largo silencio, han recuperado la palabra en una conversación en el ARA. Lúcido diagnóstico que nos lleva al punto donde casi siempre se llega después de un fracaso: nos engañamos creyendo que se estaba en condiciones de dar el paso definitivo antes de tiempo. Una aventura que movilizó a los principales partidos y personalidades independentistas y que atrajo a personas de orígenes diversos, incorporando a Junts pel Sí incluso a personalidades que habían construido su perfil contra el pujolismo.
De hecho, este era el sentido de la ruptura: desbordar los límites definidos por Pujol, que siempre se ha declarado nacionalista, no independentista, probablemente por una lectura más esmerada de las relaciones de fuerzas y de los límites de lo posible. Y de repente, se fue todo a pique. Junts pel Sí acabó como el rosario de la aurora. Y la derecha nacionalista –los herederos de Convergència– intentó capitalizar la aventura bajo el nombre de Junts per Catalunya, expresión del sentido posesivo del país que les anima, bajo el icono del president Puigdemont, legitimado por la poética del exilio.
La noche en la que se tiró todo por la borda con la apuesta por la proclamación de la independencia, en una infausta reunión en el Palau de la Generalitat de los líderes independentistas, acabó de madrugada con perfecta conciencia de que la declaración sería un brindis al sol. Y como era previsible, fue seguida de una desbandada general que anticipaba una gran ola represiva. Personas como Carme Forcadell y Jordi Sànchez, tras pasar por prisión, se fueron alejando de la primera línea política. No solo ellos: Junts pel Sí era un espacio de amplio espectro ideológico donde había ido aterrizando gente de las más diversas procedencias y el Junts per Catalunya actual está circunscrito al espacio de la derecha nacional catalana –la antigua Convergència– y estrictamente controlado por Rull, Turull y compañía bajo la imagen icónica referencial del president Puigdemont en la distancia.
El Junts de amplio espectro se deshizo como un bolado en la primera embestida. Junts per Catalunya se mueve entre la melancolía y un férreo control por parte del núcleo dirigente del nacionalismo conservador pospujolista, sostenido –o atrapado, según se quiera entender– por la imagen del president Puigdemont, decisivo para la cohesión del grupo, en la medida en que ahora mismo es intocable ante su público, pero un obstáculo para la expansión y la actualización política del proyecto, con la correspondiente renovación de liderazgos. Esquerra Republicana vive con prudencia y las fuerzas justas el paso hacia una nueva etapa. El apunte de realismo que nos han dejado Carme Forcadell y Jordi Sànchez, ¿servirá para mover algo? Así se explica, en parte, el perfil bajo del independentismo del que la Diada ha levantado acta.