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Dies mesquins

“És l’alegria la que em mou a escriure.

Sempre deixa el seu rastre en algun vers.

Per por a la crueltat dels convençuts,

he callat moltes coses, per exemple

una ja vella aversió a les pàtries,

la meva i la dels altres. També quan

era jove vaig sobreviure a les amenaces

dels que, amb mà de ferro,

conduïen el fosc ramat humà

fins a estimbar-lo pels penya-segats.

Només la intimitat és un espai real:

aquest és el refugi on resistir.

No tornis a sortir mai més de casa”

Orfeu, Joan Margarit, del libro póstumo Animal de bosc (Ed. Proa)

En estos días de política mezquina crece la necesidad de la verdad y de escuchar atentamente las disidencias como el tesoro de libertad que son más allá del griterío. Son tiempos de ir más allá de los agravios y las injusticias que se utilizan de excusa para justificar los errores y las irresponsabilidades propias y es un buen momento para reivindicar la utilidad de la política. Una utilidad que quizás todavía puede salvarnos de la tentación antipolítica y de los monstruos autoritarios que contiene.

Cuando los responsables de la cosa pública son incapaces de gestionarla se acostumbra a convocar elecciones para sacudir el tablero. El problema verdaderamente grave llega cuando la incapacidad de superar las diferencias entre partidos y facciones internas se enquista y no son posibles, aparentemente, ni el pacto ni tampoco la hegemonía. ¿De qué sirve entonces ir a elecciones? ¿Y en qué se convierte la política cuando es incapaz de conseguir el acuerdo entre diferentes y de poner en el centro de su acción el progreso y el bienestar de los ciudadanos?

Para ir al por menor, está claro que dar voz a la opinión pública es por sí solo un valor, pero nada parece indicar que la estructura de los bloques que se ha ido solidificando en Catalunya se tenga que romper a corto plazo sin que haya cambios sustanciales en la manera de actuar dentro de los bloques y entre ellos.

¿Sería útil en este contexto ir a elecciones? Unas segundas elecciones muy probablemente conducirían a un reforzamiento del PSC a expensas de los huesos de Ciudadanos, a una subida de la ultraderecha y a una hegemonía más clara dentro del bloque independentista, pero a un retroceso del conjunto. Estas son las tendencias que indican las encuestas internas de los partidos, e irían acompañadas de un aumento de la abstención y por lo tanto de una desafección ciudadana más mayor sobre la nobleza y la utilidad de la política como forma de vivir en sociedad.

La carencia de acuerdo tanto entre los bloques como dentro de los bloques y la carencia de hegemonía clara es donde estamos ahora mismo y donde podemos quedarnos atrapados, lo que sería garantía de una decadencia inexorable del país.

La disociación entre la sociedad y el liderazgo político ya hace tiempo que empezó y hoy es especialmente sangrienta en la gestión económica y empresarial. Por múltiples razones y responsabilidades compartidas, las vías de comunicación se rompieron y la economía del país hace tiempo que optó por salvarse sin esperar la complicidad de una estrategia pública.

Un empresario importante del país, de los que ha creado centenares de puestos de trabajo y se arremanga en pandemia para salvar la paralización de la actividad y complementar el sueldo de los trabajadores en ERTE, explica que la interlocución para presentar proyectos a los fondos europeos la está haciendo directamente a través de los ministerios. No por gusto, sino por la carencia de interlocución efectiva del gobierno de la Generalitat, desaparecido porque lleva casi 230 días en funciones.

Un presidente de una comunidad autónoma explica que el espacio que Catalunya está dejando libre es ocupado, como con los gases, por demandas de otras comunidades activas en la defensa del día a día. Está claro que en un país independiente con interlocución directa con Bruselas las cosas irían mejor, pero no es lo que tendremos a medio plazo y la recesión afecta a las familias hoy.

La degradación del peso institucional no ha llegado sola sino de mano de aquellos que han considerado que las competencias autonómicas no valía la pena continuar defendiéndolas con las zarpas.

Favorece la degradación que los partidos soberanistas sean incapaces de admitir que sus estrategias están a años luz, a pesar de que la única manera de hacer política hoy sería apartar las diferencias y centrarse en sacar al país de la depresión. Que todo es susceptible de empeorar es una máxima que cumple con terquedad la política catalana. Quedan pocos días para que los protagonistas tomen la decisión de cooperar ahora o despeñarse todos electoralmente pronto.

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