La distopía de los 10 millones
La inmigración es lo más importante que nos está pasando como sociedad, y, por tanto, toda aportación al debate debe ser bienvenida. Aplaudo, pues, que el pasado viernes el diputado de Comuns David Cid publicara un artículo al respecto con el título "Somos 8 millones, y si somos 10, mejor". Desgraciadamente, lo construía basándose en una serie de afirmaciones poco fundamentadas. Me limitaré –por falta de espacio– a comentar dos.
Uno de los puntos fuertes de su razonamiento era la sentencia: "La llegada de personas [...] a Catalunya poco tiene que ver con nuestro modelo productivo. No los convocamos, huyen."
Si la migración no tuviera nada que ver con el país de llegada, sino sólo con las condiciones en los países de salida, los migrantes se distribuirían de forma más o menos igualitaria por toda Europa, y, dentro de España, por todas las diversas comunidades autónomas. Lo que observamos es exactamente lo contrario, y nada más claro que comparar las trayectorias demográficas del País Vasco y Cataluña.
Entre 1955 y 1980 ambas experimentaron, en paralelo, un fortísimo crecimiento fruto de la inmigración proveniente del resto de España. Cataluña pasó de 3,5 a 6 millones de habitantes, y el País Vasco de 1,2 a 2,1. Entre 1980 y 2000, y de nuevo en paralelo, las trayectorias se estabilizaron: Catalunya no pasó de los 6,3 millones y el País Vasco prácticamente se estancó. En cambio, a partir de 2000 las trayectorias se disocian: si Catalunya ya ha alcanzado los 8,1 millones, el País Vasco está todavía en los 2,2. Cabe remarcar que en este último período el País Vasco se ha enriquecido en relación con la media española, mientras que Cataluña se ha empobrecido.
Obviamente, la presión migratoria de los países en crisis no puede explicar esta divergencia, que se debe exclusivamente al modelo económico: si el País Vasco ha apostado por la industria (que representa una de las proporciones dentro del PIB más altas de Europa), Cataluña lo ha hecho por el turismo masivo, por lo que las entradas de turistas extranjeros han pasado de menos de 9 millones a 2. de ella si afirmamos que este enorme crecimiento del turismo ha tenido lugar gracias a una inmigración masiva de personal poco cualificado que, en cambio, no puede satisfacer las exigencias de una industria que requiere personal más cualificado.
La conclusión es clara: Catalunya alcanzará los 10 millones o se mantendrá cerca de los 8 en función de cuál sea la apuesta productiva que haga, no de lo que ocurra en terceros países, porque las pateras y demandantes de asilo político representan una proporción pequeña de la inmigración económica.
Consideramos ahora otra sentencia de Cid: "El debate sobre cuántos catalanes somos o podemos ser [...] es un debate sólo funcional a los intereses del racismo y la xenofobia porque no se plantearía ninguna duda sobre llegar a ser 10 millones de catalanes si fueran hijos e hijas de padres y madres de 8 apellidos catalanes".
Fijémonos primero en la solvencia de la afirmación previa a la conjunción porque. Se trata, obviamente, de una afirmación insensata. El fenómeno migratorio puede ser mirado de muchas formas, y no sólo desde el racismo y la xenofobia. Para empezar, que en los próximos 25 años vuelvan a llegar a Catalunya dos millones de inmigrantes tendría un impacto fenomenal sobre el mercado laboral –comprimiendo los salarios–, sobre la vivienda –impulsando sus precios– y sobre los servicios públicos –tensionándolos en cualquier caso y haciéndolos inviables en la medida en que una proporción elevada de los recién llegados esté. Además, la Catalunya de los 10 millones exige que, una vez más, nos dediquemos en cuerpo y alma a la construcción, empezando por unas 30.000 viviendas por año y siguiendo por las infraestructuras hidráulicas y energéticas necesarias para soportar el aumento de la población. Además, olvidémonos de la descarbonización y de la desnuclearización, que ya constituyen retos difícilmente alcanzables con los 8,6 millones que proyectaba el PROENCAT para 2050. En definitiva, más allá de la xenofobia y del racismo, hay muchas razones para estremecerse al leer que la patronal de la gran superficie la inmigración porque sus asociados –El Corte Inglés, IKEA, Carrefour, etc.– experimentan dificultades para cubrir bajas (y preferirían hacerlo sin subir salarios).
¿No debatiríamos si los diez millones se alcanzaran a base de catalanes étnicos? Seguramente no, pero sobre todo porque modular la cifra no sería cuestión de regular el mercado laboral –algo que, salvo los ultraliberales, todos consideramos legítimo–, sino de algo que muchos estaríamos en desacuerdo a regular.