El drama de la selectividad
Los estudiantes han hecho huelga, convocados bajo el lema "Queremos ya el modelo de examen de las PAU", o sea, quieren saber cómo será la selectividad. El ministerio anunció cambios en el formato del examen y en los criterios de corrección, pero no se ha concretado nada más. Y de ahí la huelga.
Podríamos ironizar sobre las ganas que tendrán los alumnos de ponerse a estudiar, porque todavía faltan ocho meses para el examen, pero la huelga no hace gracia. Más bien es una señal (otra) de los problemas que arrastra el sistema educativo, que es que, al final, importa más aprobar que aprender, como ocurre con el examen del carnet de conducir.
Y de eso, los chicos tienen poca culpa. En el mundo que se han encontrado, los dos años de bachillerato son una especie de cuenta atrás antes de un examen final socialmente presentado como el fin del mundo, hasta el punto de que los huelguistas afirman con un dramatismo digno de mejor causa que " están jugando con la salud mental y el futuro de decenas de miles de estudiantes, añadiendo [a la prueba] aún más dificultades, estrés e incertidumbre".
Les entiendo: en una sociedad que aburre la incertidumbre, sacraliza el resultado y menosprecia los procesos para llegar, no saber cómo será el examen de su vida (hasta ahora) dentro de ocho meses es un descalabro. Dicho de otro modo, un buen bachillerato sería aquél en el que no importara demasiado cuál sería el modelo de examen final porque con el currículo aprendido, el alumno se vería con corazón de afrontar con garantías cualquier tipo de test. Aquí no: se anuncia que los criterios de corrección incluirán la pérdida de puntos por faltas de ortografía y todo el mundo ha temblado. La pregunta no debería ser qué debo hacer para aprobar sino si con ese título que dan a Catalunya estaré más preparado para ganarme la vida. Porque en la vida nunca sabes cómo será el modelo de examen.