Elon Musk, ingeniero del caos
Elon Musk ha iniciado el año ejercitando, al máximo, su músculo político en el escenario global. En menos de una semana, el propietario de la red X ha pedido, con sus tuits, la liberación de un activista de extrema derecha británico encarcelado en octubre; ha compartido una publicación que presionaba al rey Carlos III para que disolviera el Parlamento del Reino Unido y ordenara nuevas elecciones generales mientras publicaba una serie de ataques dirigidos al primer ministro Keir Starmer; ha elogiado una entrevista con Pierre Poilievre, el polémico líder del Partido Conservador de Canadá que aspira a suceder a Justin Trudeau; y ha anunciado una próxima conversación en directo con Alice Weidel, la candidata a la cancillería por Alternativa para Alemania, el partido ultra que según Musk es el único que puede "salvar" al país, que celebrará elecciones anticipadas a finales de febrero.
A punto de presenciar el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, el hombre más rico del mundo ha decidido ahora ampliar sus horizontes políticos. Musk sentencia y un algoritmo a medida se encarga de amplificar sus publicaciones, a menudo inflamatorias, a sus 210 millones de seguidores en X.
Cuando en 2019 la ensayista, consultor político y antiguo candidato al Senado italiano por el Partido Demócrata Giuliano da Empoli publicó el libro Los ingenieros del caos, donde retrataba los liderazgos y las estrategias que estaban cambiando las reglas del juego político, todavía era difícil imaginar el absolutismo con que Elon Musk se convertiría en el ingeniero jefe de este caos perfectamente orquestado. Da Empoli ya apuntaba entonces que detrás de estos nuevos liderazgos iliberales que habían ido ganando terreno electoral había método y estrategia: informáticos, encuestadores, comunicadores y grandes expertos en datos al servicio de la derecha radical en Estados Unidos, Reino Unido , Hungría e Italia. Una mezcla de ideología, asesoramiento compartido y utilización estratégica de las redes sociales contribuyó a transformar y agrandar figuras como Viktor Orbán, Marine Le Pen o Nigel Farage. Pero es Elon Musk quien ha logrado dar otra dimensión a esta hiperrealidad diseñada algorítmicamente.
Y así es como una Unión Europea obsesionada con la injerencia rusa ahora se da cuenta de que son Musk y su plataforma los que acaban cooptando el debate público y los titulares mediáticos con sus tuits que denigran a políticos y medios, que alaban a extrema derecha neonazi y que se otorgan el derecho a decidir quién debe ser el mejor candidato para liderar los partidos que está dispuesto a financiar, como bien ha visto Nigel Farage en estos últimos días.
Pero, cuanto más disruptivo se ha vuelto X, más débil y dividida se presenta la Comisión Europea para aplicar su propia legislación y ponerle ciertos límites.
El nuevo ejecutivo de Ursula von der Leyen ha renunciado a una de las figuras clave en la aplicación de la ley de servicios digitales de la Unión Europea y en la denuncia de los excesos de los grandes poderes digitales, como fue el fin recientemente comisario de Mercado Interior Thierry Breton. Elon Musk se encargó de despedir al francés con un irónico "buen voyage". Pero uno y otro siguen su particular duelo virtual.
Hace poco, Breton volvía a denunciar en una entrevista las injerencias políticas del magnate tecnológico y Musk le espetaba que "la injerencia norteamericana es la único motivo por el que tú no hablas ni alemán ni ruso". No es el único estirabot. El presidente alemán Frank-Walter Steinmeier también ha declarado recientemente que la capacidad de influencia de la plataforma X puede ser un peligro para la democracia, y Elon Musk le ha replicado calificándolo de "tirano antidemocrático"
Pero también existe una Europa decidida a levantar el pie del acelerador regulador sobre los grandes poderes digitales. Este fin de semana, la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, ha vuelto a visitar a Donald Trump en Mar-a-Lago y su gobierno ha confirmado que está en conversaciones con SpaceX de Elon Musk sobre un posible acuerdo de 1.500 millones de euros. euros en el sector de las telecomunicaciones que probablemente enfurecerá a la industria europea.
El poder de Musk divide a la Unión Europea. La Comisión lleva tiempo subiendo el tono contra X, pero no se han tomado acciones legales contra la plataforma porque todavía deben poder demostrar si sus prácticas corporativas violan o no la legislación comunitaria, o bien –como dice el dueño de la plataforma– si no son más que libertad de expresión.
La prioridad, por ahora, es estar a bien con Donald Trump, porque el miedo a los efectos de una guerra comercial preocupan tanto o más a la UE que los tuits de Musk. Desde su propia debilidad, Bruselas mira hacia el otro lado del Atlántico confiando en que sea el orgullo de Trump –convertido en las redes en un mem que le caricaturiza como el siervo de un todopoderoso Musk– el que acabe marcando los límites de la ambición política del magnate que le ha llevado de nuevo hasta el Despacho Oval.