Emociones, seguridad y libertad de expresión

Censura. El ejercicio de la libertad de expresión se ha convertido en un problema en la Unión Europea. Molestan las palabras. Preocupan las ideas. De unos y otros. Por un lado, la televisión pública italiana RAI puede decidir vetar la presencia del escritor Antonio Scurati, que iba a leer un monólogo sobre el aniversario de la liberación del nazismo y el fascismo. Por otra parte, las autoridades locales de Bruselas intentaron prohibir, el pasado 16 de abril, la celebración de una convención nacional conservadora en la capital belga, con Viktor Orbán, Nigel Farage o Éric Zemmour como estrellas invitadas, que se apresuraron a declararse víctimas de la cancelación y del bolchewokismo.

La Italia posfascista de Giorgia Meloni, dispuesta a reescribir la historia de su país, considera que llamar al pasado por su nombre es divisivo. Por otro lado, la Bruselas escenario y casa de acogida de todas las sensibilidades posibles en la escena política europea, con su intento de prohibición precipitada, acabó amplificando los altavoces mediáticos de una extrema derecha que se considera víctima de métodos propios de una “dictadura de pandereta” (en palabras de Farage). Unos métodos condenados, incluso, por el propio primer ministro belga, que tuvo que salir a criticar a las autoridades locales de Bruselas que habían tomado la decisión.

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En Alemania el debate sobre los límites de la extrema derecha llevan meses durando. Las encuestas de intención de voto dan a Alternativa para Alemania unos grandes resultados tanto en las elecciones regionales que deben celebrarse en el este de Alemania como en el Parlamento Europeo. Pero las acusaciones de extremismo e incluso de espionaje contra la formación, y el juicio a uno de sus líderes por referencias al nazismo, han reabierto el debate sobre una posible prohibición de la formación o cortarles el grifo de la financiación . El semanario Der Spiegel publicó un reportaje de diez páginas el pasado noviembre con el título de portada “Prohibir la AfD”?

Contradicciones. En un mundo asustado, la seguridad se ha convertido en la camisa de fuerza de la libertad de expresión. Tanto en la Europa que prohibió las manifestaciones propalestinas al inicio de la guerra de Gaza como en las universidades de Estados Unidos en las últimas semanas. Las protestas en los campus a favor de Palestina y el choque con la policía y cientos de detenciones han abierto el debate sobre los equilibrios entre seguridad y libertad de expresión. Pero la grieta que se abre es profunda y política. El columnista del New York Times Charles M. Blow asegura que la división generacional que ha desatado el apoyo de Estados Unidos a Israel desvela los fantasmas de 1968 con las protestas universitarias contra la Guerra de Vietnam.

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Las democracias están cada vez más debilitadas por sus propias contradicciones.

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La Europa de los principios y valores está desorientada. La racionalidad y los derechos han quedado atrapados por unas agendas políticas amenazadas o alimentadas por el miedo. La Europa de los procedimientos y la de los discursos belicistas arruinados circulan por vías distintas.

Cheryl Hall, profesora de la Universidad del Sur de Florida, que ha estudiado las emociones en la política, asegura que la pasión es la última instancia indispensable para el mantenimiento de una comunidad política. El problema es que hemos dejado que las emociones lo invadan todo. Las pasiones que nos cohesionan con unos nos distancian de otros.

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