El fin de una época

El cambio más importante desde el final de la guerra, en 1945, y tras el derrumbe de la URSS, en 1989, es la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos ahora. Lo es más que la victoria de EE.UU. en la Guerra Fría, porque ahora el equilibrio geoestratégico del mundo cambia, y en 1989, al final del comunismo y de la economía planificada, fue una pausa. La URSS era un imperio y fue sustituido en menos de 10 años por una Rusia que quiere mantenerlo a partir de las mismas bases: el poder militar supremo por la fuerza nuclear y la dictadura férrea para eliminar toda discrepancia. Un imperio por otro.

Antes de 1989, para Europa el peligro de guerra era la URSS, ahora Rusia. Ante la URSS, Europa tenía una protección diplomática y militar de EE.UU. que ahora perderá. El cambio se debe a la nueva política de EE.UU., que la victoria de Trump ha acelerado y que ha sido ampliamente refrendada por el pueblo americano. EE.UU. vuelve a una política aislacionista como en los años 30, ahora con un enemigo único, China.

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Rusia será un satélite de China. Este conflicto será comercial más que militar, con una disonancia que puede tener consecuencias, Taiwán, pero que se alargará. China no tiene prisa para integrar a Taiwán en el estado chino.

Trump defenderá a EE.UU. como una fortaleza y su involucración con Europa irá a la baja. Es probable que la política arancelaria sea dura, especialmente con China, y que la contención de la inmigración en EE.UU. sea radical. El comercio mundial irá a la baja y Europa, como economía más abierta, sufrirá sus consecuencias. Estados Unidos verá un encarecimiento de los precios por la reducción del comercio internacional, lo que implicará una inflación que endurecerá el mercado financiero, con una subida de tipos. Es probable que las consecuencias de las políticas que Trump y los republicanos impulsan produzcan a medio plazo efectos contrarios a los pretendidos. Si esta situación se da, las clases sociales con rentas más bajas son las que más sufrirán la crisis, pero pocos recordarán los anuncios electorales de los republicanos.

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La guerra de Ucrania terminará, posiblemente, con un acuerdo que permitirá a Rusia retener la soberanía sobre los territorios conquistados y que le obligará a respetar las fronteras de los estados europeos, y que tendrá una validez similar a cero. Si Rusia decide constituir un enclave en Europa, por ejemplo en lo que fue la Prusia oriental, con posibles extensiones a los estados bálticos, ¿quién tendrá la capacidad de oponerse? La estrategia, una vez comprobada su eficacia, puede ser la misma que en Ucrania: invadir y ocupar. Estos estados tienen minorías rusas importantes y por tanto la capacidad de desestabilizarlos políticamente está al alcance de Rusia. La situación en Moldavia y en Hungría son ejemplos ilustrativos de lo que puede ocurrir, en un caso, consolidado, y en otro, evolutivo.

La guerra de Israel y Palestina se cerrará con una victoria de Israel, un acuerdo de este último con Arabia Saudí dentro del plan Abraham, y la incorporación con mayor o menor integridad de Cisjordania a Israel. El apoyo de EE.UU. a Israel se reforzará y el aislamiento de Irán crecerá. En esa parte del mundo la influencia de Rusia se reducirá. El terrorismo de Hamás y Hezbollah bajará de intensidad a causa del debilitamiento de Irán a corto plazo, pero no a largo: es imposible someter a un pueblo totalmente y para siempre.

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Europa está en una nueva encrucijada que no hemos experimentado desde hace 80 años. Ha perdido la protección militar y diplomática de EE.UU. que, con determinación, ha mantenido estable la situación geoestratégica mundial en este largo período de paz.

Para Europa existen dos caminos. El fácil y probable: continuar la política actual de decadencia económica y política (la UE ha perdido desde 2000 un 13% del PIB por habitante respecto a EE.UU.), con una UE poco integrada y dispersa, sin emprender las inversiones tecnológicas necesarias para ganar competitividad e invertir la tendencia actual –hablo del Plan Draghi, que requiere un endeudamiento comunitario y compartido y, simultáneamente, una simplificación del mercado de capitales europeo para atraer a inversores privados para financiarlas–. Europa, en esa alternativa, no tiene salida: significa la decadencia y la irrelevancia.

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El camino difícil e improbable: que Europa emprenda las medidas de reforma política para convertirse en una federación real con un único gobierno político y económico y que asegure las inversiones necesarias para aumentar significativamente su competitividad. En las circunstancias actuales, para que esto sea posible es necesario aceptar la primacía de Francia y Alemania, por el poder militar (Francia es la única potencia nuclear europea) y económico (Alemania es la principal economía europea) que estos dos estados representan. Esto es difícil por la voluntad de independencia y de protagonismo de ambos, pero un protagonismo de Francia en la Federación Europea, si es aceptado por los Estados miembros, puede ser una solución. Ha sido la voluntad política de Francia desde los años 60, cuando la inició De Gaulle.

Es en las crisis que Europa acomete las reformas que necesita. Creación del mercado común, 1957; adopción del euro, 1999; Next Generation y pandemia, 2021. En este caso la crisis es de tal magnitud y trascendencia que ahora sí puede que Europa movilice las reformas políticas y estructurales de las que depende su supervivencia como entidad política y económica independiente con peso en el mundo.

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Nada es seguro... porque las inercias son enormes.