¿Qué hacer cuando escuela y familia no sintonizan?

A medida que van apareciendo análisis más afinados a raíz de los malos resultados en las pruebas PISA, más propuestas y soluciones como la comisión de expertos, me impide nítida la sentencia de Stephan Ball. Dice: "La escuela estaría buscando en un lugar equivocado si sólo buscara soluciones pedagógicas para resolver unas desigualdades académicas que son de raíz económica, social y cultural".

PISA demuestra una vez más que los alumnos de contextos más pobres obtienen unos peores resultados, que pueden distanciarlos hasta dos cursos de los alumnos de los barrios más ricos. Un dato que aún se hace más desgarrador cuando se cruza con cifras de itinerario académico que demuestran que la escuela no logra romper el círculo pernicioso que vincula capital económico y capital cultural con rendimiento: sólo el 18% que tiene progenitores con estudios básicos termina la universidad en nuestro país.

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La mala noticia es que si sólo fuera un problema de renta, podría resolverse con más becas o ayudas para igualar las oportunidades educativas. O si sólo fuera un problema de segregación, podría resolverse con políticas de escolarización equilibrada, reserva de plazas y protección de los centros de máxima complejidad. Para estos fenómenos materiales las administraciones educativas tienen bien diagnosticado el problema y conocen sus respuestas. Sólo haría falta más presupuesto y más propósito en la aplicación de las normativas vigentes. ámbito del simbólico, de las identidades, de los afectos, de los intangibles que son el cemento del aprendizaje pero no se resuelven a decretazo ni añadiendo presupuesto. La afinidad del profesorado con el alumnado nativo y de clase acomodada, con el que hablan el mismo idioma y comparten códigos culturales, se convierte en una barrera de identificación para el alumnado más vulnerable.-_BK_COD_

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El problema es que la escuela hoy todavía fía el éxito educativo en el trabajo que se hace en casa o al salir de la escuela y por eso, porque no en todas las casas hay las mismas posibilidades de ayudar en el estudio, el capital cultural de los padres hace la diferencia. PISA nos ha puesto delante del espejo y hemos descubierto estupefactos una sociedad donde la cuarta parte de los niños y jóvenes provienen de la inmigración y, por tanto, ni la lengua de la escuela, ni la cultura que se transmite, ni los códigos que lo organizan les son familiares ni los sienten como propios. Y la escuela no ha reaccionado a su silencio atronador.

Pensándolo bien, éste también sería uno de esos problemas para los que conocemos las soluciones: sólo habría que repensar los deberes, promover actividades extraescolares y de apoyo educativo para los más vulnerables y revisar las didácticas de aula para garantizar que nadie se descuelgue. Y como en el capítulo de los retos materiales, en este caso, con más recursos y un propósito claro de no dejar en casa lo que no se ha hecho en clase y apostar firmemente por una escuela a tiempo completo ayudaría a mejorar las oportunidades. De hecho, son muchos los municipios que han hecho avances importantes en este campo.

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Lo que no es tan fácil de diagnosticar ni se arregla con dinero es una desafección escolar que se esconde en las gramáticas invisibles, en el olor que hace el comedor, en las imágenes que colgamos en las paredes, los contenidos que se estudian, las fiestas que celebramos, las palabras, los saberes que se valoran y los que se infravaloran o se deprecian. ¿Cuánto tiempo debemos esperar todavía para que haya maestros y profesores racializados en nuestras escuelas? ¿Cuánto tiempo para introducir la mirada decolonial en el currículo?

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Hay que reconocer y valorar (siguiendo a Nancy Fraser) las diferencias culturales, darse cuenta de que la indiferencia no iguala sino que minoriza y que la única manera de incluir a un alumnado tan diverso como el que hoy convive en nuestras aulas es explicitar que la cultura es una piel que nos define a todas y no sólo a los "diferentes". Sólo desde el reconocimiento del otro se puede establecer una relación de confianza a partir de la cual empezar a construir el camino del aprendizaje.

No es fácil de resolver porque toca un espacio tan íntimo como el de la identidad personal y tan políticamente comprometido como el de la identidad colectiva. En la entrevista que Gemma Ventura hace a una tutora de la escuela Drassanes le pregunta: ¿cómo se lo hace para que estos alumnos extranjeros quieran el catalán? Ella responde: dando valor a todas las lenguas. Acoger es hacer que el niño que llegue sienta que le estábamos esperando y así pueda sentirse más tranquilo y aprender.

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Por todo ello, porque no es fácil ni se arregla con más recursos, cuando reviso la lista de las personas expertas y el encargo que les ha trasladado la consejera, me duele la ausencia de perfiles de las ciencias sociales o la antropología. Me duele que se reafirme que de educación sólo pueden hablar los que están en las aulas, como si la educación no fuera un bien común que concierne a toda la sociedad porque nos va el futuro. Una vez más, si sólo buscamos respuestas pedagógicas, tal y como alerta Stephan Ball, buscaremos en un sitio equivocado. Si se quiere un gran pacto de país, la escuela debe buscar más allá de donde ilumina su farola.