¡Espavilémonos, consumidores!
Estuve en el corte de Gurb, del campesinado, durante todo el día, gracias a este diario, que me envió. Por esta causa he podido hablar con ganaderas, campesinos, tractoristas, abogados, veterinarias... Escuchando, ahí en la carretera, entendí muchas cosas. De todos los eslóganes que había en los tractores, lo más evidente, por lógico, era “la cesta de la compra, tu arma”.
Como decíamos ayer —y hoy querría extenderme—, si una ganadera catalana debe, naturalmente, observar el bienestar de sus ovejas y gallinas (con espacio, buena comida...) y el de los trabajadores (con contratos , condiciones dignas) tendrá unos costes. En el supermercado, competirá con un ganadero foráneo, de un país que tenga convenio con España, donde ovejas y gallinas coman mal, no tengan espacio, y donde los trabajadores no tengan contrato. Naturalmente, el producto del ganadero foráneo será más barato.
Es necesario, como primera medida, que en todas, todas las etiquetas de todos, todos los productos, se indique si cumplen las normas básicas y de dónde están. ¿Por qué? Porque en la judía venida de no sé dónde, que vienen a la tienda cuqui y catalanísima de aquí, debería colgarse un cartel que dijera que contiene pesticidas prohibidos en Catalunya y que el trabajador que la recoge duerme en la calle. En Italia, las casas rurales, hoteles, campings y restaurantes están obligados, obligados por ley, a comprar a los productores de la zona. ¿Y nosotros?
A menudo me quejo de que los compradores de libros no van a las librerías. En el caso de los productores de verdura, carne, fruta, leche, queso, lo diré al revés. También hay que acostumbrarnos a mirar webs, comprar cestas de productos de temporada, entre unos pocos vecinos. No puede ser que aquí dejemos morir los tomates —nuestra esencia— porque no podemos regarlos y que los compramos venidos en avión de Chile. Debemos exigir etiquetas gigantescas, campañas publicitarias. Debemos comernos lo que hacen junto a casa. Espabilémonos. El campesinado es cultura.