Jaume Bofill i Bofill

Esperanza y tradición (1962)

Del artículo de Jaume Bofill y Bofill (Barcelona, ​​1910-1965) en la revista Cristiandad (n. 381, 1962). Hoy cumple sesenta años de la muerte de este filósofo, jurista, catedrático e industrial. Era hijo de Jaume Bofill Mates, político, periodista y poeta (con el seudónimo Guerau de Liost). Bofill y Bofill, catedrático de metafísica, fundó y dirigió a la Facultad de Filosofía y Letras una revista de referencia: Convivium. Máximo exponente catalán de la escuela tomista, Bofill invitó a realizar cursos en Barcelona profesores europeos del nivel de Gadamer y Rhaner, entre otros. Acogió a filósofos represaliados, como Josep Maria Calsamiglia. En 1969 se creó la Fundación Bofill en reconocimiento de él.

[...] La tradición es "memoria" de los pueblos, si en la memoria connotamos la dimensión energética, de tenacidad, de fuerza, activa. Es (si es lícito parafrasear una locución famosa de Aristóteles) un "seguir siendo lo que se era", como predeterminación, añadiríamos, de lo que será. La tradición no es "lógica" o "racional"; no es un "argumento", sino una "fuerza". Se mama con la leche materna, se contagia en aquella primera sonrisa que abrirá al niño del Pollio virgiliano [poema sobre un nacimiento que profetiza un futuro de paz y prosperidad] la posibilidad de una futura convivencia con los dioses y diosas. Se inscribe –por las fábulas, por los aforismos, por los “nursery ryms”, por las fiestas y ritos– en el fondo subconsciente del individuo y de la colectividad. Perpetúa actitudes, constituye linajes. Está arraigada en la propia fuerza generativa; se ata, con un juramento prestado con la mano bajo el muslo del padre, en la tierra y en la estirpe. Mantiene la fidelidad a los amores ya los odios; vincula a los hombres a vida y muerte por su comunidad genealógica. No tolera la razón racionalista, la filantropía edulcorante, ya que una y otra la disuelven: vive de una autoridad que liga a las generaciones; que posibilita toda la delicadeza de amistad entre el anciano y el niño, la dialéctica entre el padre y el hijo que fue recibido, al nacer, sobre las rodillas, en reconocimiento de su "genuinidad". Por eso la tradición, en tanto es versión en el pasado y profundiza en la historia en cuanto encuentra allí el fundamento de la futurición. La tradición es esperanza. […] En varios pasajes de su libro La espera y la esperanza y, en concreto, al hablar de San Agustín, Laín Entralgo aproxima memoria y esperanza. [...] La "memoria de futuro" de San Agustín se funda sobre un preconsciente que es la "esperanza" misma, ontológicamente entendida. […] La esperanza, entendida en su núcleo originario, es un trascender (por virtud propia o prestada) la contingencia temporal; es la tradición como proyectada al futuro. Saca maestría del pasado; pero no por un argumento, que no podría ser otro que un argumento –inconcluyente– de analogía: sino porque el pasado me ha dado conciencia de una fuerza que siento todavía operando y joven en mí (esa "fuerza tranquila" que dice Costa y Llobera en su oda a Horacio) y me hace encararme con serenidad a la a. Éste es el "magisterio" de la Historia, "magistra vitae", ese es el mensaje de la velluria; puesto que la misión de los viejos es confortar, en los jóvenes, la esperanza. Donde la razón no concluye, la esperanza espera. Más: la esperanza salta por encima, no sólo de la carencia de razones, sino de razones que eventualmente se le opongan, acusándola de temeridad o locura. La esperanza espera contra toda esperanza: es la respuesta de la fidelidad a la fidelidad. [...]