Una etapa singular
Desde mediados de agosto, con la elección del presidente Salvador Illa, se ha iniciado una nueva etapa política en Catalunya. Con la decisión, internamente controvertida, de la militancia de ERC de hacer Illa president, se ha resuelto el rompecabezas que dejaron las elecciones catalanas del pasado mes de mayo. Todo el mundo ha jugado sus cartas, la partida ha terminado.
Este verano se ha cerrado una larga etapa en Cataluña, y se ha abierto una nueva. Gustará más o menos, pero las cosas son como son, y lo mejor es decirlas por su nombre, sin engañas ni subterfugios. La nueva etapa tiene una singularidad muy grande: por primera vez en más de cuatro décadas, el Parlamento no dispone de una mayoría de estricta obediencia catalana. El nacionalismo no suma, y el soberanismo tampoco. El cambio profundo no estriba en que un socialista presida la Generalitat, situación que ya se había vivido dos veces con los tripartitos; el gran cambio no es Isla, ni su gobierno por ahora monocolor, sino la nueva composición del Parlamento.
En las últimas semanas, fruto de las negociaciones llevadas a cabo, se ha hablado mucho de la financiación singular. Veremos qué saldrá, porque a estas alturas parece que lo más caliente está en el fregadero. Sin embargo, la que seguro será singular será la nueva etapa que nace en Catalunya. Fijémonos en una primera paradoja: pese a que el presidente Illa sólo dispone de 42 diputados para gobernar –solo un 31% del total–, la mayoría alternativa para presentar una eventual moción de censura es prácticamente inexistente. Es decir, el gobierno Isla perderá muchas votaciones, pero si quiere tiene cuatro años por delante. He aquí la nueva paradoja: inestabilidad por hacer cosas, por gobernar, y estabilidad asegurada para agotar la legislatura. Una situación que, de producirse, no sería especialmente estimulante.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? En mi opinión, se combinan cuatro factores que lo explican: la durísima represión del Estado para decapitar el movimiento soberanista, sus líderes y sus bases; la manifiesta incompetencia del mundo independentista, peleado, sin rumbo y lleno de desconfianzas; la enorme miopía del Partido Popular, que lleva veinte años dinamitando todos los puentes con Catalunya, y que ha dejado todo el terreno de juego para los demás; y, finalmente, la habilidad del partido socialista, que ha pasado de firmar la aplicación del artículo 155 de la Constitución para liquidar a la Generalitat a presidir la institución, aprobar la ley de amnistía y defender una financiación singular para Cataluña , inspirado –dicen– en el concierto económico.
El resultado de todo ello es conocido. El partido socialista concentra, una vez más, un enorme poder. Gobierna Barcelona, Cataluña y España. Pero en todas partes lidera gobiernos débiles, carentes de mayoría y de estabilidad. Dicho de otro modo: se dan las condiciones para ocupar y ejercer el poder, pero no para realizar las transformaciones y resolver los grandes retos que tenemos delante. A menos que se consiguiera construir pactos muy transversales, que requerirían el concurso de partidos que han quedado en la oposición, y que son precisamente los responsables de construir una alternativa a los actuales gobiernos. Puedo decir, por propia experiencia, que se trata de una tarea muy compleja pero posible.
Si nos centramos en Cataluña, la única formación política que puede hacer el trabajo de edificar una alternativa sólida es Junts. ERC ha entrado en una espiral destructiva muy peligrosa. La controversia política puede superarse, pero las heridas personales, cuando son hondas y supuran odio, son muy difíciles de curar. Tras lo conocido, ERC ya no se puede presentar como el partido de las manos limpias, ni puede dar lecciones de ética ni de moralidad. Y, sin embargo, es necesaria una ERC que recupere su cohesión y su capacidad de ser un actor útil en la sociedad catalana. Sus veinte diputados en el Parlamento y su posición decisiva en Madrid representan activos que hay que saber aprovechar.
Todo país necesita que haya una alternativa a su gobierno actual. Desde un punto de vista de higiene democrática, la posibilidad de alternancia constituye un elemento indispensable para la salud política de una sociedad. En Cataluña, este rol de alternativa será responsabilidad de Junts. Durante siete años largos, este papel lo jugó Convergència i Unió, frente a los dos tripartitos. Ahora le toca a Junts, frente al gobierno presidido por Salvador Illa. No es poca responsabilidad.
Los que hemos pasado por etapas parecidas, sabemos que darle la vuelta a estas situaciones es siempre una tarea pesada. Hay que armarse de paciencia y, cuando termina, ir a la tienda a comprar un poco más. Es necesaria una voluntad de hierro para recuperar el gobierno, pero sin prisa ni sentido de la urgencia, que suelen ser malos compañeros de viaje. Es necesaria mucha amplitud de miras, para construir proyectos grandes que superen la comodidad de las cuatro paredes conocidas de la casa. Y, por encima de todo, hace falta proyecto, liderazgo, buenos equipos y mucha gente. Es posible hacerlo ya nivel de país es muy necesario.