Europa, Indopacífico, Rusia
Contra la voluntad expresada por los ciudadanos franceses en las urnas, el presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, decidió no permitir la formación de un gobierno del Nuevo Frente Popular y forzar uno formado por una suma de fuerzas de derecha. La justificación de esta jugada dudosamente democrática era tener un gobierno estable que sirviera de garantía para afrontar los problemas económicos que arrastra Francia. Todo un acierto: un año más tarde, el gobierno conservador francés ya ha tenido dos primeros ministros: Michel Barnier, el primero, tuvo que dejar el cargo cuatro meses después de haber accedido, cuando perdió ante una doble moción de censura de la extrema derecha y de la izquierda, y la actual, François Bayrou, se encuentra también en la situación de incierta, en situación de incierta. Un ejemplo de estabilidad y solvencia, en efecto. Parece que hoy tampoco las derechas europeas son ya lo que eran.
Lo podemos confirmar en Alemania, donde el canciller Friedrich Merz impulsa una agenda involutiva que incluso plantea el regreso al servicio militar, posiblemente obligatorio según vayan las cosas. Militarización, incertidumbre, desequilibrios, precariedad económica. Los gobiernos de Merz y de Bayrou hacen de cordón sanitario en las extremas derechas de Reagrupament Nacional y en Alternativa para Alemania, respectivamente, pero a la vez copian buena parte de sus actitudes y recetas, y se convierten así en paradigmáticos del atasco en que se encuentra la Unión Europea, y su progresiva falta de peso y de poder.
En contraste con esta situación, la cumbre de la Organización de la Cooperación de Shanghai que se celebra estos días en la ciudad china de Tianjin pretende mostrar, logrando mostrar, una realidad opuesta a la de Europa. Fuerza, empuje, pujanza, capacidad y voluntad de expansión y de hacer frente a Occidente: en EEUU de un Trump voluble y atrabiliario que juega a las guerras comerciales a lomos de una cowboy diplomacy casposa, y por supuesto a una UE que se muestra servil. En contraposición, Xi Jinping se dirige a las naciones del Indopacífico (muy en particular en India ya su presidente, Narendra Modi), y también en Rusia (Putin asiste a la cumbre como invitado de honor) para prometer prosperidad, expansión, liderazgo y modernidad, mientras lamenta "la mentalidad asedia" de Occidente. Hace ya algunos años que un dirigente chino dejó caer que para dominar el mundo China no necesitaba hacer ninguna guerra.
Es bueno recordar (vuelvo a recomendar la lectura del libro reciente Indopacífico. Eje de la geopolítica global, del diplomático mallorquín Juan Manuel López Nadal) que el área del Indopacífico, además de China e India, incluye casi noventa países, con más de la mitad de la población del planeta y dos tercios del PIB mundial. El avión de Ursula von der Leyen, forzado a aterrizar por lo que todo indica que es una interferencia rusa, es un ejemplo suficientemente gráfico de un más que posible desplazamiento de centralidad geopolítica.