Planes de Barrios factibles

Construcción de nuevos edificios en el barrio barcelonés de Vallcarca.
Arquitecta
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En los tiempos que corren, de expectativas a la baja, querría hablar con algo de realismo de lo difícil que es transformar las ciudades. La digitalización permite disponer en pocas horas de imágenes y renders de proyectos futuribles con todo tipo de detalles. Nunca antes el poder y los arquitectos habían podido anticipar con imágenes fieles cómo serían los proyectos "después de las obras". Ahora se hace con tanta precisión que, a veces, incluso se hace difícil discernir entre lo real y lo virtual. Para que se entienda: sabemos cómo quedará el barrio de Vallcarca junto al viaducto, pero nos cuesta mucho más gestionar el realojamiento de todas las personas que viven en pisos que tendrán que derribarse, pedir permisos, aprobar presupuestos, contratar obras... Gestionar todos estos procesos es cada vez más complicado. Y la realidad es que tenemos muchos dibujos que no acaban desarrollándose.

Jover, Morell y Gras han compilado un informe para la APCE (Asociación de Promotores) y la UPF que desgrana el fenómeno de la congelación de los planes: de las ideas en la práctica, los planes quedan demasiado lejos de su "factibilidad". Los planes urbanísticos llevan años tendiendo a planificar la regeneración de suelos dentro de la ciudad en lugar de crecer sólo por extensión en suelos urbanizables. Es el caso de Barcelona: hace años que ha asumido que no puede crecer más allá de los ríos y Collserola ni más allá de derribar o convertir piezas obsoletas en barrios más densos. Tiene todo el sentido del mundo apostar por reciclar fragmentos de las ciudades, pero hay que reconocer que es más caro y más complejo: hay que modificar redes de servicios (agua, luz, gas, cloacas), derribar algunos edificios con patologías insalvables, compensar a los propietarios de los terrenos para que puedan trasladar su actividad a algún otro lugar, realojar a las familias que viven en piso... Tenemos muy claro que hay que ir por esta vía, pero a la administración le cuesta asumir que esto requiere mucho más trabajo de gestión. Es necesario recuperar la capacidad única de las ciudades de dar impulso, acompañamiento y tramitaciones, y de crear certezas para minimizar riesgos.

Como explican Jover, Morell y Gras, crecer en torno a las ciudades es más fácil porque hay grandes campos con pocos propietarios, mientras que regenerar los barrios en el interior de los tejidos implica necesariamente trabajar con cientos de minúsculos propietarios que carecen de vocación de promotores. Alguien debe proponerles aportar su finca a cambio de unas determinadas compensaciones, con garantías de que no les están levantando la camisa y de que el propietario de al lado no se llevará más dinero porque tiene un abogado más insistente.

La crisis de la vivienda se resolverá si podemos agilizar estos procesos y, sobre todo, si cientos de barrios se transforman simultáneamente en diversas ciudades. Los Plans de Barris son una oportunidad en este sentido. Históricamente, la ley de barrios se había gestado con una vocación de transformación social, porque es cierto que derribar un edificio para hacer uno nuevo, más moderno, nada cambia. Pero rehabilitar no significa no tocar nada: a veces, derribar varios bloques —y hacer mejores calles, ganar plazas y viviendas con más balcones, y hacer sitio para nuevos equipamientos— es la única manera de cambiar las inercias de un pedazo de ciudad con profundos indicadores de declive.

Derribar y realojar a personas es caro, pero un barrio atractivo es un buen revulsivo para la economía local. Quizá sea necesario un impulso económico para hacer frente a los costes iniciales, pero hacer 600 viviendas allí donde antes había sólo 200 tiene sentido económico y social. El barrio, la calle y la casa son el principal factor de estabilidad para la salud colectiva, y mejorarlos implica asumir responsabilidades colectivas.

Sin embargo, hay que trabajar desde tres premisas muy claras. Primero, que el arraigo en el barrio es la condición fundamental para cualquier transformación, lo que obliga a empezar siempre pensando en la mejora de las condiciones de quienes ya viven en ella. Segundo, que el objeto de la rehabilitación es el que los residentes consensúen como prioritario, para arreglar, desde la proximidad, lo que perciben más problemático. Tercero, que el nuevo barrio debe tener espacios para acoger a las personas más vulnerables de forma decente y para aliviar las condiciones de pobreza. El resto puede ser para atraer a personas con mayor poder adquisitivo, que también pueden crear una mezcla interesante en las escuelas y en el barrio.

Todo el mundo quiere vivir en barrios dinámicos. El reto es afilar las herramientas para que la transformación sea palpable y no quede en papel.

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