Europa se la juega

1. Detener el giro reaccionario. Las elecciones europeas van de verdad, y parece que a la ciudadanía le cuesta asumirlo. La geografía nacional todavía pesa mucho, y pensar la Unión como un espacio compartido de soberanía política tiene un deje fantasioso. Sin embargo, en cada nueva elección nos jugamos más. Y en esta ocasión la prueba es de envergadura. En términos políticos, el voto será un test sobre el poder de la extrema derecha en Europa y su capacidad para arrastrar a la derecha liberal conservadora tradicional. Y lo que estamos viendo, como una premonición, es que algunas voces de la derecha de siempre están dando señales para preparar el blanqueo del neofascismo a medida que les va tomando espacio. Y tampoco parece que la agenda de la derecha incluya posibles alianzas de contención con sectores de la izquierda. Hablando claro: la extrema derecha ya no es una opción condenada a los márgenes y aspira a consolidar y ampliar el poder que ya ha logrado en Países Bajos y en Italia. Y a la derecha convencional ya se le ha escapado algún guiño, incluso por parte de una figura tan representativa como Von der Leyen.

¿Qué puede significar que la extrema derecha gane poder en la Unión y, a partir de ahí, se vaya rompiendo el tabú y la derecha tradicional se acomode y entre en negociaciones y pactos con ella? Déjenmelo decir con palabras de Santiago Alba Rico: “Los impulsos fascistas se imponen socialmente cuando las derechas clásicas, para defenderse de la izquierda y creyendo poder retroceder después, acaban manteniendo relaciones incestuosas con los monstruos”.

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Si algo tienen en común la extrema derecha y la derecha es la prioridad nacional, “recuperar el poder que la Unión les ha incautado”, en palabras de Marine Le Pen. Reformar la Unión desde dentro es un mensaje recurrente en campaña electoral: menos poderes y menos transparencia.

Todos sabemos que la inmigración es la obsesión de la extrema derecha: por ideología –nosotros y los otros– pero también por oportunismo, porque es muy útil para capitalizar los miedos y las inseguridades de la ciudadanía estigmatizar a los que vienen de fuera. Y siguiendo con el doctrinarismo nacionalista, la recuperación de la propia moneda –una aspiración ahora mismo más retórica que práctica–, es decir, el retorno a las fronteras comerciales y el proteccionismo económico, es un tema recurrente. Pero la cosa no queda aquí: es evidente que las extremas derechas llevan una agenda propia que contradice el espíritu fundacional de la Unión y que pondrán sobre la mesa cada vez que las derechas les pidan (o les ofrezcan) una mano. Contra la inmigración, evidentemente, tema preferido de ideologías herederas directas del racismo, pero también contra las políticas ecológicas (la ecolocura, como lo llaman ellos), incapaces de asumir la realidad de la degradación del planeta, y, en nombre de la familia tradicional, contra el feminismo y contra las libertades individuales consagradas en los últimos años.

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¿Se acerca la gran regresión? El test es doble. Hay que ver hasta dónde llegará el crecimiento anunciado de la extrema derecha, y hasta dónde arrastrará a unas derechas en las que la tradición liberal está decayendo en manos de unos sectores cada vez más desplazados hacia el autoritarismo, y que son incapaces de satisfacer las demandas de una ciudadanía a la que se le niegan las expectativas de futuro. El miedo triunfa y, si la derecha democrática se deja arrastrar, la democracia está en peligro.

2. El caso francés. Lo que está ocurriendo en Francia es especialmente sintomático. Emmanuel Macron llegó a la presidencia de la República haciéndose suyo un amplio espacio que iba desde sectores de la derecha tradicional hasta algunos restos de la socialdemocracia, pasando por el siempre impreciso territorio del centro (lo que no acaba de ser ni una cosa ni la otra pero casi siempre cae del mismo lado). Ahora, en su segundo mandato, el presidente está viendo cómo Marine Le Pen le come parte del voto conservador y se consolida como opción real para las próximas elecciones presidenciales. ¿Dónde están los antídotos contra la extrema derecha?

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¿Dónde ha quedado la socialdemocracia? Es curioso que ahora mismo sea en Gran Bretaña, fuera de Europa, donde la izquierda está en condiciones de tumbar a una derecha radicalizada. También para la socialdemocracia será un test este domingo.

Una cuestión se impone: ¿los partidos de tradición democrática no han sabido captar las claves del malestar del momento o no tienen poder para reconducir la situación? ¿Quién manda aquí?