La extrema derecha catalana
Entre las incógnitas de las elecciones del 12-M se encuentra el comportamiento de las extremas derechas, tanto las de obediencia patriótica catalana como española. Aliança Catalana, bajo el liderazgo pausado de Sílvia Orriols, ¿restará votos a Puigdemont y compañía? ¿Vox limitará la previsible subida del PP en Catalunya? Lo cierto es que por primera vez una extrema derecha catalana singularizada (no escondida en los espacios de amplio espectro del nacionalismo) se presenta a unas elecciones con posibilidades de quedarse, es decir, de instalarse en la escena parlamentaria, y con el precedente de haber logrado ya en las municipales una victoria como la alcaldía de Ripoll. Y no es raro: entra dentro de la lógica de los tiempos que corren.
En fases de desestabilización, en las que los modelos políticos pierden reputación, los extremismos se hacen hueco. Y ahora lo vemos en toda Europa, donde en los últimos años se ha ido pasando del bipartidismo de las alternancias entre conservadores y socialdemócratas a un panorama de equilibrios difíciles con multiplicidad de actores que ha hecho que la extrema derecha adquiera protagonismo por todas partes amenazando consensos básicos. No es de extrañar, pues, que Catalunya, y más aún en el contexto de desconcierto en el independentismo, la extrema derecha catalana entre con sello propio en la escena electoral. Que no sea una excepción, sino expresión de una realidad que se extiende por toda Europa, no es razón para normalizarla o negar importancia al problema.
No vale distraerse. El perfil ordenado de Sílvia Orriols, clara en sus objetivos y siempre –primer principio de la extrema derecha– con el dedo señalando a la inmigración, pero prudente en las formas, tiene campo para correr. Y capacidad de atracción sobre sectores del nacionalismo. En el estado de frustración y desmovilización del independentismo, tras la embestida fallida del 2017, puede capitalizar parte del resentimiento.
Estamos ante un fenómeno en crecimiento por todas partes que aquí solo empieza a emerger. Y debemos preguntarnos el porqué y el cómo. Eva Illouz, en un libro reciente, dice que este populismo neofascista es “la expresión del miedo a la movilidad descendente” y que las clases que se encuentran ahora en pérdida de privilegios son las que lo apoyan al verse amenazadas. Y seguro que esta sensación de inseguridad –que hace que se busquen falsos culpables por todas partes, con la inmigración como primer señalado, por el fácil argumento de nosotros y los otros– es determinante. Cuando el capital, el trabajo y los medios de comunicación cambian de forma tan brusca, las pautas referenciales se tambalean. Y la sacralización de la patria como refugio es una tentación.