Espacio que debe acoger una conferencia, en una imagen de archivo.
05/11/2024
3 min

Desde hace algunos meses, esta frase acompaña los e-mails de invitación a mesas redondas, comisiones de evaluación de doctorado, presentaciones de libros y otros actos que recibo en el buzón de entrada de mi correo electrónico o incluso por teléfono. Quien expresa esta "falta" manifiesta un evidente malestar por el cumplimiento de los requisitos administrativos y legales establecidos. La mujer, les falta. Hay que buscar a una mujer. ¿Quieres ser tú esa que buscamos? O dicho de otra forma: ¿querrías dejar de ser tú y convertirte en “una” mujer, ocupando el puesto de la categoría que te representa? En la década de los noventa, durante una larga estancia en Canadá, me planteé ir ahí a vivir. Uno de los razonamientos de peso que mis amistades daban constantemente era que, como mujer, tendría prioridad para encontrar trabajo en la universidad por una simple cuestión de "compensación histórica": frente a dos currículums idénticos para una misma plaza, tenía prioridad una mujer. El discurso de la paridad estaba completamente incorporado en el tejido social, cuando aquí todavía no había llegado. El argumento de la compensación histórica me parecía bastante adecuado, porque era como decir: ahora el trato favorable nos toca a nosotras, pero en igualdad de condiciones. Nadie regala nada.

Nos falta una mujer. Esta frase abre realmente una multiplicidad de frentes. Por un lado, existe la cuestión político-legal de la paridad, que pretende visibilizar a las mujeres en entornos donde habitualmente han sido infrarrepresentadas. Se trata de un paso adelante para forzar el sistema y las prácticas sociales que mueven. Esto obliga a hombres y mujeres a buscar mujeres. Por el otro, pensando un poco y filosóficamente hablando, que falte una mujer es interesante. ¿Qué es una mujer, esa cosa que falta? La ministra de Igualdad, siguiendo los presupuestos de Judith Butler, afirmó que una mujer es cualquier persona que dice que lo es. Con esto no estarían de acuerdo algunas feministas clásicas como, por ejemplo, Martha Nussbaum. Después de una vida ingente de experiencia clínica, Freud afirmó que solo le quedaba por averiguar una sola pregunta: ¿qué quiere una mujer? Diotima, en el Banquete de Platón, es la profetesa que se burla de Sócrates, porque él, en el fondo, no acaba de entender de qué va la cosa del amor. La sirvienta tracia se ríe del pobre Tales de Mileto, que se distrae mirando el firmamento y tropieza para caer en un bache al suelo. Nos falta una mujer, muy bien. Y ahora pregunto: ¿cuál de ellas? Jacques Lacan dijo: “La mujer no existe” –traducción más precisa: no existe “la mujer” como universal–. Hay mujeres en plural: cada una de ellas encuentra una forma de cuestionar lo universalmente aceptado.

Nos falta una mujer. ¿Soy yo quien falta? ¿O, en general, cualquier otra haría esa función? Digámoslo claro: esta frase es ofensiva. Produce una herida narcisista en toda mujer que aspire a dejar de ser "una" para ser, precisamente, "esa". ¡Vanidad de vanidades! Así es como la idea política, legítima, de la paridad, convierte una aspiración socialmente justa en una simple mecánica: por un lado, visibiliza en general, y por otro indiferencia en particular. Toda mujer con ideas para compartir públicamente con otros que se exprese y entre en un debate querrá ser considerada por quién es y qué dice, no por la casilla que ocupa en el mostrador del mundo social. Aquí encontramos la contradicción insoslayable entre las categorías de grupos y castas y lo que las personas son al fin y al cabo, hombres o mujeres: únicas e irrepetibles.

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