Un buen día te levantas y te decides. También se decide la persona conocida, no importa su género ni es necesario que la quieras, y pedís cita en el ayuntamiento o notario que elegís. Si no es sábado, que van muy buscados, y traéis el DNI y dos testigos de vuestra elección, en treinta días y quince minutos de ceremonia ya lo tenéis: os habéis casado.

Y es que es más fácil casarse que aprobar el carnet de conducir, diría Feijóo. El acto que cambia nuestro estado civil y la propiedad de nuestros bienes cuando faltemos se realiza sin ayuda de ningún experto ni cursillo prematrimonial que nos oriente o avale. ¡Sin curas ni psicólogos! Tan solo con nuestra voluntad y un mínimo de papeles podemos cambiar nuestra vida.

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Pero pasa el tiempo y otro buen día te levantas y decides otra cosa. La razón no importa, tienes que dar el paso: contactas a un abogado (¡que puede ser de oficio!) y ante un juzgado, si hay acuerdo, en dos meses te has divorciado. Si no hay acuerdo será en dos años, pero el resultado, inexorable, no cambiará. Y de nuevo sin psicólogos ni trabajadores sociales, basta solo con tu voluntad. Es más fácil divorciarse que aprobar la selectividad, diría Feijóo.

Y ojo, que esto es sólo la punta del iceberg. Algo pasa dentro de ti y acabas decidiéndote. No necesitaras pareja ni matrimonio para dejar que el proceso de vida salga adelante. En el centro de salud y luego en el hospital (¡que pueden ser públicos!) te acompañarán mientras gestas y pares. Has decidido tener una criatura, y la tienes sin la ayuda de expertos que avalen que serás buena madre, o buen padre. ¡Y encima tendrás la patria potestad sobre ella! Sin asesores económicos, psicólogos ni trabajadores sociales, sólo con la voluntad y una biología adecuada tienes el poder sobre la nueva vida que nace. Es más fácil procrear que sacarse el carnet de capitán de lancha rápida, lamentaría Feijóo.

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Y lo último: ¡también puedes decidir libremente lo contrario, que ese proceso se detenga a tiempo! Sin tener que alegar razones, has decidido no gestar, y no vas a gestar. El centro de salud o el hospital (encima públicos, recordémoslo) aplicarán la técnica más adecuada a tu situación sin requerir permisos psiquiátricos. ¡Pero qué mundo es éste! Si es que es más fácil decidir sobre tu propio cuerpo que abrir un wellnessresort integrado en un espacio natural, rugirá Feijóo.

Feijóo opina que, en ese Estado que sabemos imperfecto, ejercer los derechos fundamentales es todavía demasiado fácil. Sólo así se entiende su queja: “Es mucho más fácil cambiarse legalmente de sexo que aprobar la selectividad. Es mucho más fácil cambiarse de sexo que sacar el carnet de conducir”. Y lo cambiará, por supuesto. Feijóo no ve bien que nos amparemos en los artículos 8 y 14 del Convenio Europeo de Derechos Humanos, los del respeto a la vida privada, el desarrollo de la propia personalidad y la no discriminación, para decidir sobre nuestras vidas. Artículos que, entre otros, garantizan que podamos casarnos, separarnos, amar a quien queramos e incluso procrear. Artículos que, según el TEDH y el Supremo y el Constitucional españoles, permiten que las personas decidamos desde qué posición nos afectará un condicionante vital tan importante como el género, legalmente tipificado como sexo registral. ¡Qué menos que poder decidir sobre la propia vida!, sentencian los tribunales.

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Pues no. Feijóo no está de acuerdo y no quiere derechos fundamentales fáciles: qué molesto y cansino es que se ejerzan y que la gente salga por peteneras. Los permisos sí deben ser fáciles, dirá Feijóo, sólo hay que poder acceder a ellos y obtenerlos del Estado, pero los derechos fundamentales no, que luego España se descontrola y deja de ser una, grande y, para los de los permisos, muy libre.

Quiero convertir los derechos en permisos, en el fondo nos dice Feijóo, y decidir qué vidas son válidas y qué vidas no.