Feijóo y la verdad

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Alberto Núñez Feijóo en una entrevista el pasado 9 de noviembre.

El pasado domingo, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, dio un breve discurso en Madrid dirigido a los miles de militantes y simpatizantes de su partido y de Vox que se manifestaban contra una ley de amnistía que todavía no existe. Este discurso tiene interés por dos razones. En primer lugar, porque el expresidente de la Xunta de Galicia subió mucho el tono y alcance de la crítica. El registro era diferente al de anteriores ocasiones, y lo ubicaba en una esfera ideológica difícilmente asociable a posiciones de centroderecha. En segundo lugar, porque apeló de forma reiterada a dos conceptos –verdad y razón– que suelen ser más propios de otros contextos discursivos. Más o menos decía: no podemos renunciar a nuestras ideas porque son verdad (las de los demás no) ni a nuestros planteamientos políticos porque están asistidos por la razón (los de los demás no) El argumento desembocaba, aunque evitando prudentemente la expresión, en el laberinto de la memoria colectiva, que aquí, a diferencia de la mayoría de lenguas, se conoce como "memoria histórica". La idea era: no vamos a renunciar a nuestra interpretación de los hechos, porque es la única verdadera; esto es, porque no es una mera "interpretación".

La expresión memoire collective fue acuñada por el sociólogo francés Maurice Halbwachs, y se refería a que el pasado sólo resulta asumible a nivel colectivo como marco compartido. Desde la perspectiva posmoderna, sin embargo, el pasado es un relato disgregado, no necesariamente coherente ni compartido desde las perspectivas de género, procedencia étnica, clase social, etc. Esto conduce a la paradoja de una opinión pública ultrahomogénea y al mismo tiempo ultraatomizada. La influencia que ha ejercido sobre los historiadores Halbwachs, creador de la sociología de la memoria, es muy grande. Hay dos obras que le convierten en una referencia obligada en este campo: Las cadres sociaux de la mémoire (1925) y La memoria collective (póstuma, publicada en 1950). Para Halbwachs, historia y memoria colectiva son dos registros distintos. En La memoria collective subraya, en este sentido, que no se puede hablar de "memoria históricaEn la medida en que no se puede reconstruir el pasado utilizando los marcos mentales del presente.

Feijóo, y el mundo que representa, hace una determinada interpretación del pasado que, siempre que no parta de mentiras flagrantes o de tergiversaciones escandalosas, resulta tan respetable como la que pueda esgrimir a cualquier otra persona, incluido un servidor de ustedes. Cuidado, sin embargo, cuando llenemos conceptos como verdad o razón para sostener que nuestra memoria de los hechos es la buena, y el resto no vale. Hay cosas discutibles porque se basan en percepciones subjetivas y otras que, por el contrario, parten de evidencias contrastables y perfectamente objetivas. Vamos a los ejemplos. Me imagino que hay personas que, como el propio Feijóo, consideran que Manuel Fraga Iribarne fue un buen hombre, y otras supongo que opinan lo contrario. Podrían estar discutiendo siglos sin llegar a una conclusión tajante, porque el concepto de buen hombre no es un hecho sino la interpretación moral de un hecho. Todo esto es muy diferente a sostener que el fundador de Alianza Popular, actual Partido Popular, fue un ministro franquista entre 1962 y 1962. Aquí ya no hay nada que discutir, como tampoco es discutible que este señor nació en 1922 y murió en 2012. Etcétera. Pues bien, al igual que ningún historiador serio discute que lo que se produjo el 18 de julio de 1936 fue un golpe de estado, ninguna persona con un mínimo de honestidad intelectual debería equiparar este hecho con el que ocurrió el 1 de octubre del 2017. ¿Es lícito interpretar que Franco "trató de salvar a España"? Es tan lícito como afirmar lo contrario. Lo que no podemos hacer, como han hecho ciertos historiadores revisionistas, es reinventarnos los hechos (las interpretaciones de estos hechos, como estamos tratando de argumentar, son otra cosa).

Que Feijóo –o Ayuso, o Aznar, o quien sea– tengan una opinión negativa del independentismo catalán resulta tan democráticamente legítimo como que otros ciudadanos no sientan simpatía alguna por lo que representa el PP y lo consideren un epígono del franquismo. Pero es mal, si nos consideramos depositarios de la razón y de la verdad, aunque sea retóricamente, porque entonces el diálogo democrático pierde todo su sentido. La existencia de los Parlamentos se basa justamente en que nadie es propietario de la verdad ni tiene razón de oficio, salvo que no ponemos a debatir la mesa del nuevo o la fórmula del área de un triángulo.

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