La flor marchita de Pedro Sánchez

Nadie le puede negar a Pedro Sánchez que es un superviviente, con salidas que muchas veces son más propias de un prestidigitador que solo busca el efecto inmediato, que de un estratega político que piense en el largo plazo, cosa que no tiene nada de extraño porque, lamentablemente, en política se acostumbra a priorizar la táctica por encima de la estrategia. De hecho, después de haber conseguido la secretaría general del PSOE con todo el aparato del partido en contra y de llegar a la presidencia del gobierno por una moción de censura en que la corrupción del PP permitió cuadrar el círculo, él mismo lo quiso inmortalizar en un libro titulado Manual de supervivencia.

Desde entonces, Pedro Sánchez ha ejercido de presidente del gobierno con unos equilibrios precarios, pero con la suerte de cara. Tuvo que repetir las elecciones generales de abril del 2019 por no haber podido forjar ninguna mayoría, hasta que consiguió llegar a un acuerdo con el Podemos de Pablo Iglesias, a pesar de haber afirmado en campaña que esto le quitaba el sueño. Como tantas veces, decía una cosa y la contraria en función de la urgencia del momento.

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Finalmente, en enero del 2020 pudo ser investido presidente por una exigua mayoría parlamentaria, con un margen de solo dos votos. En aquel inicio, y con la necesidad de apoyos del independentismo, prometió una nueva etapa para intentar afrontar las demandas de Catalunya desde el terreno de la política, y hacía así un reconocimiento explícito del conflicto existente, a pesar de que el único hecho tangible en esta dirección han sido unos indultos parciales a los presos políticos. Más allá de esto y de buenas palabras que no se concretan nunca, poca cosa más se puede añadir a su balance.

En los cerca de cuatro años que lleva como presidente del gobierno español, Sánchez no ha sido capaz de consolidar un proyecto político. Solo juega al corto plazo, confiando que su buena estrella no se apagará nunca, pero la flor que lo ha acompañado ya hace tiempo que da muestras de estarse marchitando. Las encuestas no van a su favor porque no ha sabido capitalizar la ventaja que supone gobernar el presupuesto de un estado y tener la clave del BOE. Sus expectativas electorales están estancadas y las del gobierno de coalición que preside van a la baja, mientras va perdiendo aliados parlamentarios cada día que pasa.

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Este domingo, si no hay un milagro, se confirmará una nueva derrota para el PSOE y, por lo tanto, también para Pedro Sánchez. Todo apunta a que el Partido Popular ganará cómodamente las elecciones andaluzas y se consolidará en la plaza que tradicionalmente había asegurado la base del proyecto socialista. Para el PSOE, perder Andalucía es mucho más que una derrota electoral; es una derrota estructural que le complica mucho las posibilidades de poder ganar unas elecciones españolas. De hecho, la mala racha continúa, porque en el último ciclo electoral solo ha acumulado derrotas: los socialistas quedaron en tercera posición en el País Vasco y en Galicia y recibieron un batacazo contundente en la Comunidad de Madrid y en Castilla y León. Solo salvaron los muebles en Catalunya, empatando con Esquerra Republicana, con un resultado que solo les ha permitido que Salvador Illa ocupe el lugar de jefe de la oposición.  

Por si todo esto no fuera suficiente, Pedro Sánchez ha podido surfear en el mar de la precariedad política gracias al lío de su principal adversario, el PP, que desde la salida de Mariano Rajoy ha corrido como un pollo sin cabeza. Y también se ha aferrado a buscar el antagonismo con Vox como fórmula perversa para movilizar a su electorado y, a la vez, intentar dividir el voto de la derecha, evitando así que en unas elecciones el PP saque un voto más que el PSOE.

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Con la derrota en Andalucía, Pedro Sánchez estará de nuevo en un cruce. Podrá continuar como hasta ahora, jugando al regate corto y confiando en los golpes de efecto, o podrá asumir sus debilidades y forjar una estrategia que pase por buscar mayorías políticas estables que ahora no tiene porque ya nadie se fía de sus compromisos. Dentro del gobierno español, las diferencias políticas que hay entre PSOE y Podemos son profundas y está por ver si acabarán la legislatura juntos. La principal duda es saber si el golpe de efecto lo hará Podemos saliendo del gobierno o Pedro Sánchez expulsándolos. Y, fuera del gobierno, el PSOE no podrá sobrevivir a base de mayorías hechas como el monstruo de Frankenstein, porque incluso la geometría variable tiene límites.

Con la flor marchita de Pedro Sánchez también se marchitan las expectativas del PSC en Catalunya, porque ya se sabe que a los socialistas catalanes les va mejor cuando el PSOE está en la Moncloa, aunque los ministros catalanes que envían para allá sean simples invitados de piedra.