La foto de la boda en la montaña

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Castellgalí, a los pies de Montserrat

La campesina se seca la cara y sonríe, deja el cábano un instante y hace: “Eh, no se puede pasar. ¡Vigile! ¡Hay pastor eléctrico!”

La fotógrafa de la comitiva hace una mueca. ¿Qué le dice la campesina ésta? "Perdona!", exclama, porque ella siempre dice "Perdona" a todo el mundo. “Estoy trabajando. Tengo que tomar una foto a estos novios”.

La campesina toca el asno. “Yo también estoy trabajando. Mi campo está sembrado. No puede ocurrir”. Pero la fotógrafa no entiende e intenta dialogar. “Tía, hemos venido hasta aquí para tomar la foto con vistas a Montserrat. Dos minutos y continúas con lo tuyo... No vamos a cabrear... La naturaleza es de todos”.

La campesina se hace cruces. “No es cuestión de minutos –barbotea–. Es que no me puede pisar los garbanzos plantados. Hágase la foto desde el camino, pero no pise lo que yo siembro. Yo no te piso tus negativos, tu cámara, el vestido de esta novia...” Toda la comitiva da gritos de protesta. “Eh, ei, calma, que venimos de muy lejos, la montaña no es tuya”.

La campesina se muerde el labio y sigue cavando. La tropa grotesca salta la alambrada y escucha las instrucciones de la fotógrafa. “Siéntate en el campo, abrace las plantas”. Y ellos las abrazan, se estiran, se besan tumbados allí tierra, simulando que sí, que aman la naturaleza, que les gustan las vistas. La fotógrafa dispara y luego hace: “¿Ves? ¡Ya está! ¡No era tanto!” En el campo quedan las manchas con las formas de los cuerpos de todos ellos. La campesina se seca los ojos y piensa que los jabalíes, que buscan lombrices, no son tan bestias como éstos, que buscan likes.

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