La foto de Colón, ahora en Barcelona
Una constante del nacionalismo español es que siempre se ha definido políticamente a partir de construir enemigos y no de la explicación de un proyecto propio. El autoritarismo lo han puesto al servicio de la defensa de todo lo que consideran enemigo de la nación española. Y, evidentemente, en la parte más alta del podio siempre han situado a Catalunya y los catalanes. Durante siglos, la amenaza contra la que han querido luchar ha sido la lengua catalana, dedicando ingentes esfuerzos a prohibirla y perseguirla por todos los medios, buscando siempre la discordia y la fractura social.
Este domingo las calles de Barcelona acogerán la flor y nata del españolismo más tronado con el pretexto de salvar a España ante la amenaza de una amnistía. José María Aznar, convertido en el alquimista del nacionalismo español desde el laboratorio de la FAES, ha marcado el camino. Y, el domingo, Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal tomarán el puente aéreo para venir a Barcelona y manifestarse tras una pancarta con el lema "No en mi nombre". Quieren denunciar la rendición de Pedro Sánchez y del Partido Socialista, que para mantenerse en la Moncloa parece estar dispuesto a poner el contador a cero de la represión del Estado contra los independentistas.
Lo curioso del caso es que, hasta la fecha, no hemos oído ni una sola vez a ningún dirigente socialista hablar de amnistía. Pedro Sánchez ha hablado de generosidad y de la necesidad de sacar el conflicto político de los tribunales, pero todo el mundo ha interpretado estas palabras a la justa medida de lo que cada uno quiere oír. Y, paradójicamente, aquellos que dan más por hecha la amnistía son aquellos que más la rechazan.
Pero la derecha no está sola. Las viejas glorias socialistas también han salido a salvar a España. El último en hacerlo ha sido el expresidente de Extremadura Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que con su chapucería habitual ha comparado la amnistía con una violación a 40 millones de españoles. Ibarra, como nacionalista español de pata negra que es, siempre ha querido construir su identidad política a partir del agravio y la confrontación con los catalanes. La retahíla de insultos que nos ha dedicado durante su vida política es inacabable.
Parece claro que la marcha del domingo por las calles de Barcelona servirá para hacer constar en acta que las dos Españas están bien vivas. Los auténticos patriotas salen a manifestarse contra los traidores que quieren destruir España, pero detrás de esta efervescencia no hay más que la lucha por el poder para ver quién gobierna en Madrid, utilizando a Catalunya como decorado de esta performance. En las proclamas y discursos que se hagan oiremos muchos ataques y acusaciones, pero ni una sola propuesta.
Y mientras todo esto ocurre, el reloj de la investidura va corriendo y todavía nadie sabe qué dará de sí todo el debate en torno a la amnistía. Lo primero que ha logrado Pedro Sánchez es que una de las condiciones fijadas por parte de Junts de pagar por adelantado no se cumplirá. La solución va para largo. Y desde las filas de Sumar también han dejado claro que el contenido de la amnistía tiene que acomodarse a lo que pueda aceptar el Tribunal Constitucional.
Visto con distancia, parecería que Pedro Sánchez gana tiempo. Intenta que los independentistas no se descuelguen de la negociación manteniendo viva la carta de la amnistía, pero al mismo tiempo resulta difícil imaginar que los partidos independentistas y el PSOE puedan encontrar un denominador común que dé satisfacción a los electorados respectivos. Por eso, seguro que tiene un ojo puesto en las negociaciones y el otro en las encuestas.
El patrón electoral que más alegrías ha dado al PSOE es el de presentarse como el mal menor que puede detener a la derecha autoritaria. Nada hace pensar que ahora esto tenga que ser diferente. Y si se constata que las negociaciones por la amnistía no cuajan, porque los independentistas piden lo que los socialistas no pueden dar, Sánchez volverá a poner sobre la mesa el dilema de "o la derecha o yo", sabiendo que ninguno de los partidos independentistas tiene muchos incentivos para colgarse el dudoso mérito de forzar una repetición electoral.
Como ha ocurrido antes con las manifestaciones por la unidad de España en la Plaza Colón de Madrid, ese pasarse de frenada de la derecha, poniéndose la venda antes de la herida, puede acabar sirviendo a los socialistas para aparecer como los más centrados y conciliadores frente a los que apuestan por la bronca. Y, una vez más, Catalunya habrá sido el plató perfecto para la batalla madrileña.