El futuro del evento
1. “Un evento es lo que acontece de lo que pasó”, dice Patrick Boucheron en su libro Cuando el historiador fait fechas [Fechas que hicieron historia]. Estamos rodeados de eventos. El sistema de comunicación actual, con su capacidad de propagación, pretende generar cada día, a pesar de que la mayoría no llegan al día siguiente, es decir, se desvanecen en su inconsistencia. El ruido de los acontecimientos aumenta y se hace patente de forma mucho más acelerada que en el pasado, cuando la propagación de los hechos era lenta y con frecuencia llegaba muy retrasada. Antes los ciclos eran largos y sólo las grandes noticias se propagaban. Ahora, los impactos pueden ser mucho más inmediatos pero también mucho más efímeros.
En este momento tenemos dos en escena: la elección de Trump, que por la importancia de Estados Unidos interpela a todo el mundo, y, en el ámbito local, la DANA que ha provocado niveles insólitos de destrucción al País Valencià y que deja un duelo de lenta elaboración, más allá de las consecuencias políticas de corto recorrido. El tiempo dirá si el momento Trump habrá marcado un giro en la historia. El evento de Valencia deja una advertencia más sobre el cambio climático de que el negacionismo se niega a aceptar. Y debería servir para que las políticas de desarrollo territorial no prioricen el enriquecimiento inmediato de unos pocos a expensas de la destrucción de los equilibrios ecológicos. Ya sé que es mucho pedir, porque quienes hoy dirigen la reconstrucción en buena parte son los mismos que gaseivamente crearon los callejones sin salida que han resultado ser mortales. ¿Cuánto tiempo se tardará en volver a hacerlo?
2. Pero vayamos al caso Trump, porque su elección es un evento que le diferencia de los relevos anteriores. Por la extravagancia del personaje, por lo que representa de ruptura de la lógica de relevo del poder en EEUU –vuelve un presidente que intentó el golpe de estado para mantenerse en el poder cuando lo perdió–, y, sobre todo, por la promesa de un cambio que es una ruptura con los valores referenciales de la democracia americana. No es una alternancia cualquiera. Es un presidente que pretende tutelar directamente a los tres poderes del estado: el ejecutivo, el judicial y el legislativo. Y lo dice sin tapujos: todos deben plegarse a sus exigencias. Y él y quienes le acompañan insisten en que las libertades –suyas– son incompatibles con la democracia: todo nos está permitido.
Es recurrente la pregunta sobre cómo es posible que una sociedad abierta haya llevado a este señor a la presidencia. Y ciertamente, tiene sentido. Pero ahora ya está ahí. Y no está solo: ¿quién ha sido más determinante, Donald Trump o Elon Musk? Y en todo caso es éste quien ha aportado iniciativa, dinero y futuro. Da miedo. Y tanto es así que es interesante ver cómo el discurso que se está desplegando en la prensa europea es estrictamente defensivo: no hace falta preocuparse más de la cuenta, la sociedad americana será capaz de reaccionar, no permitirá las promesas más desmedidas de Trump, los mecanismos institucionales funcionan, los poderes económicos no le soltarán demasiado lejos, su recorrido es limitado, y un largo etcétera, en la línea del nunca pasa nada que tanto gusta a determinados poderes. En cambio, existe una realidad que es evidente: el capitalismo está completando el paso del industrial al financiero y digital. Y el poder no es lo mismo. Y por eso Musk ha subido a primera línea: para gobernar una estrategia de adaptación del estado a los nuevos poderes económicos y comunicacionales. ¿Realmente debemos complacernos diciendo que nunca pasa nada? ¿Y si vivimos un acontecimiento de verdad y no queremos verlo por las enormes amenazas que implica? Me cuesta entender el discurso de resignación.
3. De todo ello, no podemos olvidar una lección. Antes, los acontecimientos de impacto mundial tardaban en hacerse universales, pero acababan convirtiéndose en los grandes hitos que han marcado la historia. Ahora se crean cada día, a menudo el impacto decae deprisa. Un evento tapa otro. Hace un mes la guerra de Netanyahu retorció al mundo. Ahora su ejercicio criminal sigue cada vez más normalizado, tapado por Trump, el evento de estos días. El mundo pasa pantalla de forma acelerada y conflictos embarrados y despotismos crueles siguen en la impunidad del fuera de escena. Antes era difícil llegar a ser suceso, pero lo que lo conseguía se quedaba para siempre: icono de un momento. ¿Ahora la criba de la historia hará que queden unos pocos acontecimientos del presente o la proliferación hará decaer el concepto? Como tantas cosas, un evento es lo que su propagación hace.