Gaza, Israel y los pecados originales

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Valle del Jordán, Palestina

El asesinato de seis rehenes israelíes en Gaza por parte de Hamás ha provocado amenazas de venganza muy subidas de tono por parte de Netanyahu. En caso de consumarse, llevarán a otra respuesta armada de Hamás, lo que implicará con toda seguridad más violencia por parte de Israel, lo cual empujará a Hamás a... La espiral parece inacabable y no empezó precisamente antes de ayer. De acuerdo con la situación geográfica de la región, quizás podríamos formular la pregunta en términos bíblicos: ¿cuál es el pecado original de todo esto? La variedad de perspectivas es enorme, y los posibles referentes cronológicos donde ubicar la espiral también. Hemos elegido uno –como podríamos elegir otro– debido a una determinada relectura estival. En 1957, Josep Pla hizo un extensísimo reportaje sobre el nuevo estado de Israel y los países árabes que lo rodean. Pla no sentía especial simpatía por los árabes, pero tampoco fue un incondicional absoluto de los judíos. Basta pensar en sus juicios de valor, bastante despectivos, sobre el personal de los guetos hebreos de Polonia antes de la Segunda Guerra Mundial, en 1925, cuando fue a visitar la Rusia soviética.

Esta es la descripción de Pla en 1957: “En la parte occidental del país (Jordania) viven 400.000 refugiados árabes de Palestina, pagados y mantenidos por las Naciones Unidas, entregados al ocio y a la indolencia, bien alimentados, refractarios a normalizar su vida mientras les vayan pagando y, por tanto, propicios a ser agitados por las formas de la demagogia más grosera” (“Israel en 1957”. Obra Completa, volumen 13, p. 551). Se trata de una acusación muy injusta: ninguna de esas 400.000 personas estaba allí por casualidad, precisamente. En cualquier caso, Pla cree que la actitud de aquella gente –al menos en 1957– es errónea y está condenada al fracaso. Este supuesto pecado original enlaza con otros muchos que poco tienen que ver con el pueblo palestino. No me refiero a la resolución de la ONU de 1947, sino a un evento muy anterior: el Primer Congreso Sionista, inaugurado en Basilea el 29 de agosto de 1897 con discursos de Herzl y Nordau. El acuerdo más significativo consistió en “promover, a través de los medios adecuados, el asentamiento en la Tierra de Israel de agricultores, artesanos y productores judíos”. Aquellos “medios adecuados” implicaban la compra masiva de propiedades árabes (así se construyó la actual Tel-Aviv a partir de 1906, por ejemplo). Este es quizás el segundo pecado original: no haber querido ver que, a largo plazo, aquella estrategia –legítima y pacífica– acabaría conduciendo a la fuerza, inexorablemente, a un conflicto territorial de grandes proporciones. Pero aquí también seríamos injustos si olvidáramos las razones que impulsaron a aquella gente a cambiar sus lugares de origen por unos arenales desolados donde les esperaba un futuro incierto: en Europa, donde vivían desde hacía siglos, eran ciudadanos de cuarta categoría con muchos derechos restringidos.

Esto nos lleva a un tercer pecado original, que nos apunta a nosotros mismos: por muchas razones, el origen lejano –pero también directo– del actual conflicto hay que buscarlo en Europa: desde la expulsión masiva de los sefardíes en 1492 hasta el Holocausto nazi, pasando por todo tipo de persecuciones y episodios vergonzosos. La Unión Europea tiene muchas cosas que decir en relación a este conflicto; tiene tantas que, hasta hace muy poco, se ha inhibido por miedo a resucitar viejos fantasmas. Reino Unido, responsable del antiguo protectorado y propietario del tiralíneas delirante que sirvió para hacer el mapa del actual Oriente Medio, se ha desentendido completamente del asunto, a pesar de ser su verdadero creador. Sobre lo que está ocurriendo en ese rincón del mundo también gravita un cuarto pecado original: el de las monarquías petroleras que han hecho del sufrimiento del pueblo palestino su particular Gibraltar franquista. En 1957, Pla resumía esta situación con una fórmula lacónica: “demasiado Cadillacs, demasiados dólares, y la miseria excesiva”. Si los campos de refugiados todavía existen en el 2024 también es por culpa de estos personajes cubiertos de oro que lo han querido mantener igual o peor que el día que fueron fundados.

Esta cadena de pecados originales ha terminado confluyendo en una Autoridad Nacional Palestina incapaz de tener bajo control el terrorismo y en un Netanyahu que ha confundido la legítima defensa con la brutalidad homicida. Ninguno de los puntos que hemos señalado exculpan a nadie, pero el trabajo de un buen político no es vivir de los pecados originales, ni matar por ellos, sino tratar de dejarlos atrás de una maldita vez.

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