Gaza no está sola
La Global Sumud Flotilla navega hacia Gaza entre tormentas, averías y drones, que la sobrevolaron delante de Baleares. Barcos civiles, comprados y equipados a contrarreloj por activistas de todo el mundo, asumen una labor que correspondería a los estados: abrir un corredor humanitario y denunciar un genocidio.
Israel ha respondido con amenazas de aplicar un protocolo antiterrorista a los tripulantes: detenciones prolongadas en prisiones, incautación de barcos, criminalización absoluta de la solidaridad. Es el mismo patrón que ya vimos con anteriores flotillas, interceptadas ilegalmente en aguas internacionales. Convertir la ayuda en amenaza, la resistencia civil en terrorismo.
Pero cada intento de intimidación multiplica la determinación. Los organizadores recuerdan que si los gobiernos quisieran podrían garantizar flotillas seguras y masivas. No lo hacen, y mientras Washington blanquea la limpieza étnica como "reubicación voluntaria" y Bruselas se cuelga medallas simbólicas sin frenar el bloqueo, la sociedad civil asume el riesgo de navegar por un mar hostil.
La fuerza de estas flotillas no se mide en toneladas de alimentos o medicinas. Se mide en el valor político de decir: Gaza no está sola. Un gesto que conecta con otras formas de solidaridad, como las protestas que estos días recorren la Vuelta Ciclista a España, donde cientos de personas se han concentrado para exigir la salida del equipo israelí y visibilizar el genocidio frente a un escaparate mediático global. Barcos en el mar y cuerpos en las calles, diferentes expresiones de una misma indignación colectiva.
Europa, en cambio, sigue atrapada en su ambigüedad. Reconoce a Palestina con solemnidad mientras evita sanciones que incomoden a Tel Aviv. La propia Unión que proclama haberse fundado sobre el "nunca más" tolera la repetición del horror, en directo ya plena luz del día.
Por eso la salida de barcos desde Barcelona, Túnez, Grecia e Italia incomoda tanto. Porque revela que la solidaridad no espera permisos diplomáticos ni se conforma con discursos vacíos. Porque recuerda que la complicidad no es neutralidad y que la dignidad exige tomar partido.
En última instancia, estas flotillas son un espejo. Nos muestran hasta qué punto estamos dispuestos a aceptar eufemismos, o arriesgar por la vida de los demás. Gaza nos interpela, y el mar que la separa del mundo se convierte también en la medida de nuestra humanidad.