Leemos en el ARA un reportaje sobre el posicionamiento trumpista de Aliança Catalana y Vox, pese a los aranceles, a los que Sílvia Orriols sacó hierro en una entrevista en Catalunya Ràdio, porque decía que lo que perjudica más a los empresarios y ganaderos "son los pactos que se hacen en el ámbito de la Unión Europea a competir de forma totalmente desleal con países tercermundistas".

Hay que decir, para empezar, que los aranceles, al vino catalán le suponen un desastre. Hay muchas bodegas catalanas, muchas, que vienen allí más que aquí (también nos lo deberíamos hacer mirar, eso). Trump, por cierto, tiene intereses en el mundo del vino, es propietario de una bodega (donde supongo que cultiva la nueva variedad del Cabronet Subidon). Y para seguir, también hay que decir que la otra cuestión también supone un desastre. Un tomate de un país "tercermundista", por decirlo como ella, cultivado con pesticidas prohibidísimos en la Unión Europea, llega en barco a Murcia. Allí se le pone una etiqueta que dice que viene de Murcia, que no es del todo mentira, y ya viaja hacia nuestros supermercados, con los papeles en regla, a precio irrepetible y el toque magistral del pesticida proscrito. Trump, como Orriols, tiene una gran nariz para detectar dónde está el malestar. Otra cosa es la receta a ese malestar. A menudo, los efectos secundarios la hacen inviable.

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Digo esto porque a un político le ves enseguida si va al teatro o si no ha ido nunca, si hace deporte o no, si lee o no. Y los ves, claro, si cocinan y van a comprar al mercado (fuera de campaña). Entre los y las de izquierdas (sobre todo "las") todo lo que tiene que ver con la alimentación les parece (por cuestiones históricas) machista y de derechas. Quiero decir, con ello, que no podemos permitirnos abandonar el campesinado a quien la quiera recoger, porque una vez más quien gana lo hace por incomparecencia del rival.