Estamos en guerra
Pronto cumplirá 75 años, el 4 de abril de 1949, que se firmó en Washington el Pacto del Atlántico Norte, base legal para crear lo que hoy conocemos como la OTAN. Unas semanas antes, el 17 de marzo, en Bruselas se había firmado un acuerdo previo europeo para hacerlo posible. El contexto era el del fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría, con la amenaza de una Unión Soviética con Stalin al frente. Dos años antes EEUU había implementado el Plan Marshall de ayuda a la reconstrucción europea. Entonces cuajó el bloque atlantista, que hoy llamamos liberaldemocrático u occidental; el mundo se ha hecho pequeño. Europa dejó de ser definitivamente el centro del mundo.
La España dictatorial se incorporó a este blog en 1953 con un tratado directo con Estados Unidos, que a cambio de ayuda económica (Berlanga lo parodió en el cine con su genial Bienvenido, Míster Mashall) pudo instalar en la Península bases militares. La entrada definitiva en la OTAN no se produjo hasta 1982 y fue ratificada por referéndum en 1986, consagrando el giro ideológico-pragmático del PSOE, que pasó del lema OTAN, de entrada no a defender la permanencia.
Hoy la OTAN no pasa por sus mejores momentos. Por falta de cohesión de sus miembros, está teniendo dificultades para contener el ataque ruso contra un país europeo, Ucrania, que aún no pertenece (de hecho, la voluntad de adherirse es uno de los motivos de la invasión rusa) ). La agresiva y totalitaria política de Putin, que no tolera ninguna disidencia interna (Navalni) ni externa (Zelenski), se parece cada vez más a la de Stalin. Y mientras tanto, dos años después del inicio de la guerra, la determinación de Rusia es implacable, el liderazgo estadounidense hace higo, en especial por la amenaza latente de Trump, un expresidente geopolíticamente errático que podría volver a ganar en noviembre . Un Trump que ahora mismo desde la oposición está frenando la ayuda militar a Kiiv y, por tanto, dando alas a Moscú.
Europa no lo logra. Vuelve a ser escenario del tablero bélico global y se está rearmando, pero ni el liderazgo de Alemania es lo suficientemente fuerte ni Bruselas (donde está tanto el gobierno europeo como el de la OTAN) tiene una capacidad operativa fácil . Al tablero bélico, además, se le ha sumado un problema añadido: el nuevo y dramático episodio del conflicto israelí-palestino, donde Netanyahu ha traspasado todas las líneas rojas humanitarias. Israel, por obvios motivos históricos, siempre ha sido un aliado del Occidente democrático en medio del avispero de Oriente Próximo. Una alianza que ahora lo hace más difícil.
A diferencia de cuando nació la OTAN, hoy en el mundo existe una nueva superpotencia: China. Apoyando a Rusia, Pekín va viendo cómo se desgasta el bloque occidental, con una Europa inestable –internamente amenazada por el auge de la ultraderecha y por una gobernanza comunitaria que siempre es un trabajo work in progress– y Estados Unidos imprevisibles. La debilidad de la OTAN es consecuencia de esta doble inestabilidad a ambos lados del Atlántico.
No es de extrañar, pues, que la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen, haya confirmado su candidatura a reeditar el cargo con el anuncio de crear la figura de un comisario (ministro europeo) de Defensa. Sabe de lo que habla: ella misma fue ministra de Defensa alemana con Merkel. Si hace cinco años la agenda verde era la prioridad estelar, ahora (debilitada por la revuelta campesina) le ha salido la competencia de la guerra. La amenaza de Trump está debilitando a la OTAN, por eso Von der Leyen quiere una Europa que eventualmente sea capaz de defenderse sola. Y el enemigo contra el que unirse está claro: Putin. Además, el amigo del enemigo, China, es su gran rival comercial.
La OTAN seguirá, pero Europa se prepara por si tiene que actuar al margen. Nos guste o no, las próximas elecciones europeas de junio van de eso. Nos guste o no, estamos en guerra contra un dictador ruso.