El cartel de la Mercè 2025.
05/09/2025
Escriptor i professor a la Universitat Ramon Llull
3 min

Vi el cartel de la fiesta mayor de Barcelona, La Mercè 2025, desde mi ordenador portátil en la Vall de Boí, donde pasamos agosto desde hace un cuarto de siglo. Señalo este detalle para contextualizar lo que voy a explicar a continuación. Después del desayuno fuimos a tomar un café a Erill la Vall –a pie, naturalmente; nunca hemos tenido coche–. El camino que bordea el Noguera de Tor tiene umbrías con fresnos y avellanos, y grandes solanas donde el orégano crece entre la piedra. Al llegar al pequeño núcleo urbano, el campanario se alza imponente y al mismo tiempo un poco ingrávido. Es esbelto, luminoso, elemental en el mejor sentido del término. Nunca me he cansado de admirarlo. Desde la terraza del bar donde estábamos, el sol de la mañana le otorgaba un aspecto intemporal. Pienso en ello evocando el cartel de La Mercè 2025 que había contemplado un par de horas antes en el portátil. Representa todo lo contrario que este edificio. La imagen del cartel muestra un mundo oscuro, artificioso, decadente: luz agónica de cabaret de la República de Weimar. Cabe decir que en un contexto adecuado –una obra de teatro, por ejemplo– sería una imagen muy bella y sugerente. Recuerda de forma inequívoca al montaje que el escenógrafo y activista queer Thomas Jolly llevó a cabo el pasado año en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de París. Sobre el citado cartel, Lluís Danés, el autor, afirma en la web del Ayuntamiento de Barcelona: "Cuando me confiaron el encargo de hacer el cartel de La Mercè 2025, entendí que no me estaban pidiendo solo una imagen. Me estaban encargando una historia, una emoción, una invitación a soñar juntos". La declaración es más significativa de lo que parece. ¿Cuál es esta historia? ¿De qué emoción hablamos? ¿Son referentes compartidos o bien la invitación a soñar juntos va dirigida, en realidad, a una pequeña minoría?

Tras la inauguración de los Juegos Olímpicos de París, varios intelectuales de prestigio pidieron explicaciones públicamente a los responsables del acto. Ni eran de extrema derecha ni tenían nada que ver con la defensa del cristianismo, al contrario. El más vehemente de todos fue precisamente un ateo recalcitrante y socialista libertario, el filósofo Michel Onfray. "Este desfile muestra que hoy existen dos Francias, la de las élites parisinas y la de las zonas rurales condenadas al olvido, abandonadas, donde reina la miseria. El espectáculo de la apertura de los Juegos reemplaza lo real por lo virtual, lo trágico por lo lúdico, para construir un Disneyland woke y kitsch". He aquí –según Onfray– las contradicciones de una élite que se ha apropiado de las artes por la vía de la promiscuidad con el poder. Manosea discursos hipócritas de inclusión cuando en realidad está excluyendo e invisibilizando a la gran mayoría de los franceses, es decir, la mayoría periférica no parisina, la del mundo rural, la otra Francia, que antes votaba al Partido Comunista y ahora apuesta por Marine Le Pen. El propio Jolly lo admitió en 2024 con satisfacción e incluso con un poco de soberbia mezclada con un victimismo impostado y cínico: había logrado mostrar al mundo una imagen distorsionada, socialmente irreal, falsa. Todo ello no tiene nada que ver con ninguna burla a la religión cristiana (esa es la interpretación tópica), sino con la simulación de una polarización cultural que, en realidad, no existe. El truco se basa en la sobrerrepresentación de determinadas minorías, que puede llegar a adquirir dimensiones numéricamente grotescas en el ámbito de la ficción o de la publicidad, por ejemplo. Dicho así puede parecer una abstracción, pero el cambio en las tendencias electorales en todo el mundo muestra otra realidad. Hay quienes deciden ignorarlas y hay quienes analizan sus causas con rigor. Un ejemplo reciente y en este mismo diario: el excelente artículo del profesor Jordi Muñoz ¿Qué ocurre con los hombres jóvenes?, referido a una cuestión que, indirectamente, tiene mucho que ver con la que estamos planteando.

Mientras escribo este papel, los representantes de la mayoría de la humanidad y sus cada vez más numerosos aliados van en dirección contraria a la penumbra deprimente del cartel de La Mercè 2025 o de los personajes lentos y tristes de la ceremonia de los Juegos Olímpicos de París 2024. El mundo de Putin, Modi y Xi Jinping no me interesa en absoluto, pero el de la putrefacción cultural institucionalizada de esta Europa no me parece precisamente una alternativa estimulante, porque no tiene nada que ver con proyectos emancipadores ni progresistas. Quizás no soy el único en verlo así.

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