¿Qué nos gusta de este cocinero?
El cocinero de Instagram, sí, tira mucha más pimienta de lo que debería, como si estuviera salpicando un cuadro abstracto. Hace como los malabaristas: parte la berenjena en dos partes, las enseña. Cuando tiene que hacer los cortes, rombos resultantes, para que el aceite penetre, coge el cuchillo y juega a hacer como si fuera un sable. Le pone teatro.
Tira tomates cherry a la bandeja. A él y a todos sus colegas les gusta mucho utilizar tomates cherry, porque son rojos. Después, ralla queso con toda la ceremonia y aparatosidad. Tiene un rallador grueso, tiene un triángulo de queso grande. Con todos los dedos lo coge y lo echa sobre los tomates. Mira a cámara y muestra una copa de vino, medio llena, y lo olfatea. Ahora mete la bandeja en el horno y enseguida ya la saca (ventajas de las herramientas de edición de vídeo).
Todo es exagerado, todo es extrovertido, todo es grande. Utiliza cucharones, inmensos pimenteros. Y contrasta, claro, con el minimalismo del cocinero, también de Instagram, que utiliza pinzas y cucharillas de café, muy concentrado, como quien pone piezas en el microscopio. De ese cocinero exagerado, sin saberlo, nos gusta una calidad que se le percibe. Está contento de cocinar, lo haga como lo haga. Se ríe todo el rato, franco y feliz de hacer el trabajo que le ha tocado. Se dice, a menudo, cuando se habla de la cocina de casa, que tiene que haber amor. Yo diría que tal vez sea al revés. No es que tenga que haberlo. Es que no puede no haberlo. Nos gustan estos cocineros porque están alegres y felices. Buscamos sin saberlo cocineros que no nos hagan ningún favor, al revés. De ellos esperamos la magia de casa: no parece por dinero o por fama, parece por amor. Por eso nos quedamos embobados ante los de Instagram. Porque ríen.